Hasta hace pocos meses, el empleo del concepto Nuevo Orden Mundial, así como sus siglas NOM, eran empleados por Hispanidad y por pocos más. Nos llamaban conspiranoides, aunque nunca he creído en el poder de las conspiraciones -las siento un tanto horteras- y sí en los consensos. A día de hoy, lo emplea todo el mundo, incluso los que niegan su  existencia como entidad política, para definir lo que antes llamábamos lo políticamente correcto, luego progresista (aunque este concepto es anterior) y que ha terminado por tomar cuerpo, por materializarse. Es decir, ha terminado por pasar de doctrina a práctica de poder, mayormente depredatoria.

El NOM comenzó entronizando la duda, la imposibilidad de alcanzar la verdad o la existencia misma de la verdad, pero ya se sabe que sembrar la duda es sembrar la devastación. La cosa ha terminado en un NOM agresivo e inhumano, que no impone la certeza sino la opresión.

Sobre todo, se trata de un NOM inhumano, porque se trata de negar a Dios para poder liquidar al odiado ser humano.

Novedad del siglo XXI: el  NOM se ha quitado la careta. Empezó con el progresismo y la exaltación de la duda pero ahora busca la abolición del hombre

Resulta curioso porque, a mi juicio, estos conversos no entienden el concepto que emplean. Creo que el error consiste en aludir al NOM como una conspiración -que lo es- pero, antes que eso, el NOM es un consenso, me temo que consenso global. Y el segundo error consiste en pensar en que el consenso es menos grave, más llevadero, que la conspiración: ¡Qué va! Es mucho peor y mucho más peligroso.

El consenso NOM se apoya en eso, en lo políticamente correcto. No se trata de conspiradores que planifican sus maldades en covachas oscuras (de hecho, las planifican en despachos enmoquetados), que expanden dogmas. No son los que recogen los dogmas creados por una masa incapaz de metabolizar la ingente cantidad de información que absorbe. pero que es la que decide en esta sociedad de la información -según sus deseos, intereses y caprichos-, que no según sus convicciones. Y ojo: si algo define a la actual sociedad de la información, es la ausencia de unas normas morales que lo largo de los siglos se trasmitían de padres a hijos como por ósmosis.

El NOM no ha forjado un nuevo decálogo, lo que lo que ha hecho es elevar a mandamiento una adecuación pedestre del antiguo canon moral que, desde el final de la II Guerra Mundial, Occidente fue abandonando para atender al flujo de percepciones sensoriales inmediatas, fruto de la sociedad del bienestar, que es aquella que sólo piensa en los próximos 10 minutos.

Es lo que siempre ocurre con la idolatría: se prescinde del Amor de Dios y se termina con la esclavitud del hombre. Lógico, un ídolo y un esclavo vienen a ser lo mismo.

Nos ha tocado vivir la batalla cultural, esperemos que no especialmente cruenta, más importante de toda la historia. Ya no se trata de recuperar la verdad, se trata de salvar al hombre

Pero aquí viene el cambio y por eso digo que los conversos que conciben el NOM como una conspiración se equivocan. A ver si nos entendemos: el NOM se ha quitado la careta y ahora apunta al terrorismo directo.

Para entendernos: el siglo XX fue el siglo del relativismo que acabó en esa tontuna llamada progresismo. Pero el siglo XXI, no me cansaré de repetirlo, es el siglo de la blasfemia contra el Espíritu Santo.

Dos detalles: la blasfemia contra el Espíritu Santo es definida por Cristo como “el pecado que no se perdonará ni en este mundo ni en el venidero” (Mt 12, 32). Ahora bien, recuerden que esas palabras se pronuncian después de que los fariseos acusaran a Cristo de expulsar demonios por “el poder de Beelzebul, príncipe de los demonios”. Es decir, estaban llamando Diablo a Dios, que es el primer capítulo del relato que acaba por llamar dios al diablo.

En definitiva, el consenso NOM supone una inversión radical de valores donde el bien se convierte el mal y el mal se convierte en bien. Por eso no se puede perdonar la blasfemia contra el Espíritu Santo, no se puede perdonar la inversión de valores porque no atenta contra el bien, sino contra la verdad. Lo primero es definir lo cierto y lo falso y luego adherirse a lo cierto y rechazar lo falso.

Idolatría: se prescinde del Amor de Dios y se termina con la esclavitud del hombre. Lógico, un ídolo y un esclavo vienen a ser lo mismo

¿Todo esto no es más que mera moralidad? Sí, no es nada más que eso, pero sabemos, desde un tal Aristóteles, que la moral es la base de la política. Ejemplo de consenso NOM: el aborto ha pasado, en cincuenta años, de ser un mal menor, necesario, despenalizable, a constituir un derecho humano: ¡Toma ya! Lo bueno se convierte en malo, lo malo en bueno, la verdad no es que no exista, es que se convierte en mentira y la mentira en verdad y, naturalmente, Dios es Satán y Satán es Dios… dos presuntos opuestos que confluyen en lo mismo: la anulación del hombre.

Es decir, hemos superado el relativismo progre del siglo XX para entrar -siglo XXI- en la blasfemia contra el Espíritu Santo que supone, como todas las blasfemias, una negación de la realidad, ergo, una negación del hombre. Esto es lo que ya preveía Clive Lewis en su obra cumbre, la más corta de todas que no la más conocida, La abolición del hombre.

A todo esto se enfrenta el siglo XXI y eso es el consenso NOM: una inversión radical y verdaderamente maligna del hombre, impuesta no mediante una conspiración que impone un consenso sino mediante un consenso que se ha convertido en auténtica conspiración contra la libertad individual (la libertad colectiva no existe).

Decían los indígenas que a un hombre se le conoce por su enemigo. ¿Quién es el enemigo del NOM? La Iglesia, el Cuerpo Místico de Cristo. Así que dejen de pensar en izquierda y derecha. Esas frivolidades déjenlas para nuestra clase política, que la pobre no da más de sí.

Dios no pierde batallas, así que esta guerra la vamos a ganar. El problema es el coste de la victorias

Piensen en que esta es, ni más ni menos, la época que nos ha tocado vivir, probablemente la batalla cultural -esperemos que no especialmente cruenta- más importante de toda la historia. Ya no se trata de recuperar la verdad, se trata de recuperar al hombre, ese espécimen racional y libre que se encuentra en serio peligro de extinción. Y para ello hay que recuperar a Dios, quien, además de creador y redentor, es Padre.

Dios no pierde batallas así que está guerra la vamos a ganar. El problema es el coste de la victoria.

Por cierto, los que nos calificaban como conspiranoides por hablar de Nuevo Orden Mundial (NOM), ahora que empiezan a emplear el término…, que paguen copyright.