Sr. Director:

Fundamentan muchos la prevención de la mal llamada violencia de género, en animar a todo el mundo a que denuncie estas situaciones; y no sólo la mujer que las padece. Todos estamos obligados a denunciar cualquier señal de actitudes, acciones, palabras o gestos que pudieran interpretarse que amenazan la integridad de cualquier mujer. En esta universalización de las denuncias se basa gran parte de las campañas dirigidas a concienciar a la población sobre este grave asunto. Pero el problema surge cuando comprobamos que en un número considerable de agresiones -que incluso acaban en brutales asesinatos, seguidos del suicidio del agresor- ni había constancia de denuncias previas, ni tampoco conocimiento de nadie sobre una mala relación entre el asesino y su víctima. En estos casos, el crimen resulta una terrible sorpresa para familiares, amigos y vecinos que no logran descifrar qué pudo suceder. Pero nos seguirán predicando que la solución es la denuncia; y que si algo falló fue... porque nadie denunció. No se admite que hay casos donde no estemos ante criminales, sino ante hombres depresivos y desequilibrados que se abandonaron un único momento en un fatal arrebato irracional. Su agresión fue sólo la primera. Y también la última.