Creo que ya he relatado la vieja conseja del hombre al que le preguntaron cuántos años tenía y respondió que no lo sabía. Cuando el preguntón aseveró que eso era imposible, el respondón aclaró que sabía cuántos años había cumplido pero no cuántos le quedaban de vida, cuántos le quedaban por cumplir.

A la actual civilización le ocurre algo parecido: la inmensísima mayoría de los hombres que pululan por la tierra está convencida de que viven una etapa fin de ciclo pero sólo los locos se atreven a fechar el final, ni tan siquiera a interpretar los signos de ese final que viene. 

Retrocedamos:  

Según todos los expertos de la Biblia, Cristo murió sobre el altozano del Gólgota un viernes 7 de abril del año 30 (que fuera en el 27 o en el 33, parece poco probable). Es decir, que el próximo domingo 7 abril de 2030, se cumplirán 2.000 años de la redención del género humano, comienzo de la etapa final de la historia y dos días después, el 9 de abril de ese mismo año, celebraremos el dosmilésimo aniversario de la resurrección de Cristo, ¡Quien sabe si 2.000 años habrán bastado para concluir la redención del género humano, raza de dura cerviz, incircuncisa de corazón y bastante cansina! 

¡Ah!, también culminará ese mismo año la Agenda 2030 pero, miren por dónde, este último aniversario ni me pone ni me dispone.

Considero que no hay que pensar mucho ni en el fin del mundo, ni en el fin de la historia, ni en la Segunda Venida de Cristo ni en el juicio de las naciones. En primer lugar, porque para cada uno, el fin del mundo es su propio muerte y su inmediato juicio individual. Lo del juicio final es como los partidos amistosos: el juicio particular... ese sí que es relevante. 

Ahora bien, sólo hay algo peor que obsesionarse con la Gran Tribulación... y es olvidase de ella, pasar de las postrimerías, como el hambriento evita pensar en comida, al menos si puede evitarlo. 

Además, ya he dicho que todo el ambiente de cambio de ciclo viene animado, no por cómo se han disparado las apariciones marianas a partir del siglo XX, ni porque no vivimos una época de cambio sino un cambio de época, ni tampoco por el vendaval apocalíptico que asola a creyentes y ateos, más a éstos que a aquéllos. 

Y cuando hablo de postrimerías, tampoco estoy pensando en el Apocalipsis, ni en Isaías, Daniel o Ezequiel, etc. Estoy pensando en unas palabras del propio Evangelio, del mismo Cristo, estoy pensando en esto: "Cuando vuelva el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?". Eso, ¿la encontrará?

Y también estoy pensando en que la Segunda Venida de Cristo no es invento de mentes calenturientas: está en el mismísimo Credo: "y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos y su reino no tendrá fin". 

En este caldo de cultivo, perder, otro Viernes Santo, la oportunidad de corredimir no parece una buena idea: oración, ayuno y limosna, dicen los místicos que constituyen la esencia de la Cuaresma.

Pues bien, hoy no toca hablar de oración ni de limosna, sino de ayuno, esa poderosa arma que hoy apenas se practica con la intención de corredimir con Cristo sino para mantener un tipo estupendo, ellas y ellos, me temo.

Las exigencias eclesiales en materia de ayuno son mínimas: tan solo dos días de ayuno al año: Miércoles de Ceniza y Viernes Santo y consistente en ayunar un poco menos de lo normal, comer normal y cenar algo menos de lo normal. Hay actrices y coristas que se esfuerzan mucho más y no para la corredención del género humano.

El Papa Francisco ha solicitado ayuno para mejorar el mundo y quien ha practicado el ayuno y no hablo de ayuno severo, sabe que el asunto tiene su enjundia. En una primera etapa ayunar pone de una mala leche cósmica. Además, es una guerra en que sueles perder las primeras batallas. 

Ayune: hay muchas otras razones para hacerlo, pero si quiere usted cambiar de verdad... ayune por Dios en este Viernes Santo en que a las 15,00 horas de hace 1.994 años, expiraba el Hijo de Dios, tenido por delincuente. 

Sí, porque vamos a cumplir 2.000 años y es el momento de embridar los tres vértices del triángulo vital que ha venido marcando la historia: el bolsillo, el estómago... y ese que está usted pensando. 

Embridar significa que el espíritu, también llamado alma, se imponga a su cuerpo, para que usted sea libre.