Pavlo Honcharuk, obispo católico latino de Járkov
La guerra en Ucrania cumple este miércoles 85 días. Rusia sigue centrando sus esfuerzos militares en el este y sur del país, para consolidar su control sobre el territorio conquistado. La ciudad de Mariúpol ha caído ya completamente en sus manos con la rendición de la planta siderúrgica de Azovstal, lo que supone la primera gran victoria para Vladímir Putin, recoge RTVE.
La contraofensiva ucraniana en torno a Járkov, la segunda ciudad del país, en el este, logró expulsar a los invasores más allá de la frontera en al menos un sector.
En ese contexto, la vida en Járkov se vuelve cada vez más peligrosa. En las últimas semanas la zona industrial ha sido blanco de bombardeos, dejando centenares de muertos y heridos. Varios edificios residenciales de las afueras también resultaron dañados o destruidos.
Pavlo Honcharuk, obispo católico latino de Járkov, que sigue en la ciudad atendiendo a la población resume la situación en dos palabras “conmoción y dolor”. En una entrevista con la fundación Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN) relata lo terrible que es “ver a la gente, a ancianos, a inválidos, escondidos en los sótanos”. El prelado católico experimenta situaciones terribles todos los días, pero algunas imágenes que la guerra deja son traumáticas: “Recuerdo a una niña de unos cinco años parada, petrificada, frente al cadáver de un ser querido en la calle, incapaz de moverse. El sentimiento de terror, miedo y completa impotencia se cierne sobre todos”.
Desde los comienzos de la guerra el joven obispo católico de rito latino, que lleva dos años al frente de la diócesis de Járkov-Zaporiyia, está volcado en la ayuda a la población. Hablando de esta labor explica en la entrevista con ACN: “Además de la oración y la misa diaria, la mayoría de los días tratamos de llegar a las personas de los búnkeres con ayuda humanitaria. Cargamos vehículos, conducimos por la ciudad aparentemente desierta y hablamos con la gente, los consolamos”. En agotadoras jornadas, que van todos los días desde las nueve de la mañana hasta las cuatro de la tarde, realiza un trabajo “increíblemente agotador, físicamente y aún más mentalmente debido a la tensión permanente”.
Rezamos en una pequeña capilla. Pero aún podemos enterrar a todos los muertos, gracias a Dios
“Nuestra iglesia está dañada, todas las ventanas estallaron por la presión durante un ataque aéreo. Ahora, lo usamos como almacén para suministros humanitarios. Rezamos en una pequeña capilla. Pero aún podemos enterrar a todos los muertos, gracias a Dios”.
Las iglesias no suponen un refugio seguro durante los ataques aéreos, a no ser que tengan un sótano seguro, según afirma el obispo, porque los edificios religiosos no se respetan más que otros objetivos civiles. “Ya nada es sagrado”, dice.
Hablando de la defensa de la ciudad, el prelado explica que los niños más pequeños y las madres son llevados a un lugar seguro y se quedan los padres y los hijos varones más mayores para defender sus hogares y su patria. A pesar de los bombardeos, Mons. Pavlo no ha pensado en irse: “Mientras haya creyentes en la ciudad, yo estaré con ellos. Dios y mi fe me darán fuerza para ello. Nosotros –-los sacerdotes-– no estamos armados. Somos gente de iglesia. Nuestras armas son la Palabra de Dios y la oración”.
La guerra en Ucrania ha forzado a más de seis millones de personas a salir del país, según los últimos datos difundidos por el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). La mayoría de los ucranianos salen por Polonia, aunque también llegan a Rumanía, Hungría, Eslovaquia o Moldavia, recoge RTVE.