Tenemos 35 millones de leyes para que se cumplan los 10 mandamientos
La España de hoy sufre 'diarrea legislativa'. Dicho queda.
La moral es más sencilla que la ley porque no necesita dejar sus mandatos por escrito: basta con imprimirlos en el corazón de la gente. ¿Y si la gente no quiere imprimirlos en su corazón? Pues entonces impera el progresismo y reina la ley del más fuerte, perfectamente compatible con un régimen democrático: se lo dice un demócrata que aún cree en el Estado de derecho, siempre que la ley se atenga a la justicia y siempre que la mayoría deje en paz a las minorías y, sobre todo, al individuo. Vamos, que menos Estado de Derecho y más normas morales libremente aceptadas por el ciudadano.
La profesión de normas reduce las libertades y crea una atmósfera que se resume así; todo el mundo es culpable de algo. Ante el Estado, naturalmente. ¿Y quién es el Estado? Generalmente, el tirano
Normas justas pero no muchas normas, por favor.
¿Y quién es el Estado? Generalmente, el tirano. No el sistema, porque los sistemas no existen, como tampoco existen las instituciones: existen las personas
Tenemos 35 millones de leyes para que se cumplan los 10 mandamientos, decía el aforismo popular. Si aceptáramos los 10 mandamientos sin imposición, no necesitaríamos esa asfixiante telaraña normativa y la vida resultaría mucho más sencilla. Encima, hemos convertido la delación en el eje del Estado de Derecho. Lógico: ante tamaña profusión de normas el poder necesita la colaboración de la persona para vigilar a las personas. Desde el momento en que sale usted cada día, al alba, ya ha incumplido un montón de preceptos, así que se necesitan una montón de policías sin sueldo y fiscales aficionados (son legión), de vigilantes y delatores del vecindario: debe usted reparar en que el vecino de planta no maltrate a la parienta, que deposite la basura en su sitio, que pague sus impuestos y cumpla la interminable normativa de tráfico.
La moral es más sencilla que la ley
Eso sí, todo haz tiene su envés. La profusión de normas reduce las libertades y crea una atmósfera que se resume así: todo el mundo es culpable de algo. Ante el Estado, naturalmente. ¿Y quién es el Estado? Generalmente, el tirano. No el sistema, porque los sistemas no existen, como tampoco existen las instituciones: existen las personas.