Cuenta Esopo la siguiente fábula, de patente actualidad: Un grupo de perros protegían a un rebaño de ovejas de una manada de lobos feroces. Estos enviaron un mensaje de paz a las ovejas y les ofrecieron este trato: entregarles a sus cachorros como rehenes, a cambio de lo cual ellas deberían entregarles a los perros que les protegían. Aceptaron las ovejas y así, los perros pasaron a poder de los lobos y los lobeznos a poder de las ovejas. Creyó el rebaño de ovejas que de este modo vivirían tranquilas pero sucedió lo contrario: días después los hijos de los lobos, viéndose separados de sus madres, empezaron a aullar. Los lobos, que ya habían degollado a los perros mientras dormían, oyeron los gritos de sus hijos, acudieron a socorrerlos y acusaron a las ovejas de haber maltratado a sus retoños. No teniendo ya las ovejas la defensa de los perros, fueron despedazadas. Moraleja: nunca renuncies, ni pongas en manos del enemigo, aquello que constituye tu propia defensa. A eso, en la Europa cretina (cretinizada, como asegura Juan Manuel de Prada, ese genio de nuestro tiempo) de ahora mismo, le llamamos multiculturalidad y quien no lo acepte, es un ultra.

La defensa de Occidente frente al Oriente depredador siempre han sido los principios cristianos, moralmente superiores al ridículo panteísmo oriental, padre del relativismo, del quietismo y de la blasfemia contra el Espíritu Santo, la suprema inversión de valores de la historia donde lo bueno es malo y lo malo pasa a ser bueno. El cristianismo libera, el panteísmo esclaviza. 

No es que Oriente mate a Occidente es que Occidente se suicida. Ha abandonado a Cristo y ahora no tiene quién le proteja. Un proceso conocido como multiculturalidad. Y el que se oponga... ¡ese es un ultra!

El islam, en medio de los dos, no es exactamente panteísmo, sino caricatura del cristianismo pro-teo, pero alberga en sus entrañas el panteísmo oriental, el propio de quien cree en un qué y no en un quién. Los pensadores musulmanes siempre acaban en los panteístas Avicena y Averroes, en los que Dios se convierte en algo parecido a una sustancia, no a una persona y mucho menos a un redentor. Es un qué panteísta, no un quién cristiano. Recuerden, para el musulmán es una blasfemia llamar padre a Dios y por eso la religión mahometana acaban siempre en panteísmo, que no es sino una forma de ateísmo. Además, el cristianismo libera, el panteísmo esclaviza. Por eso, Occidente, a lo largo de la historia, ha podido perder batallas frente al Oriente panteísta, pero jamás ha perdido la guerra. Ahora podría ocurrir.

La solución es fácil: volver a Cristo, el creador de la civilización occidental: Jerusalén, Atenas y Roma

Pues bien, Europa, origen del cristianismo, se está comportando como las ovejas del rebaño de Esopo, que ha entregado sus principios cristianos a los lobos a cambio de paz, haciendo realidad lo de Churchill, un personaje muy utilizable aunque poco recomendable: “Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra. Escogisteis el deshonor: tendréis la guerra”. Por cierto, el nazismo acabó en panteísmo, con un Adolfo Hitler chiflado, pendiente de todo tipo de esoterismos. 

No es que Oriente mate a Occidente es que Occidente se suicida, ha abandonado a Cristo y ahora no tiene quién le proteja. Un proceso conocido como multiculturalidad. Y el que se oponga... ¡ese es un ultra! Pero la solución es fácil: volver a su cristianismo fundacional. ¿Y qué es la civilización occidental? Jerusalén, Atenas y Roma, allá donde el hombre es sagrado y el individuo antecede a la colectividad, por ser hijo de Dios.