Me encuentro en Roma, en pleno precónclave que ya es cónclave con todas las de la ley. Y la verdad, no es una relación causa efecto, pero sí que mi llegada a la ciudad eterna coincide con una sensación creciente de que los tiempos se aceleran. No en el tráfico romano, siempre acelerado, sino en el trasiego de cardenales previo a un cónclave y en la idea que se filtra de las congregaciones previas al encierro en la Capilla Sixtina.

Por cierto, existe una creciente cantidad de cardenales cada día más impresionados: los tiempos se aceleran. Los tiempos actuales no son de secularización sino de desacralización de todo lo sagrado. 

El deterioro en la Cristiandad es de tal calibre que en el cónclave algunos piensan que se aproxima el Día de la Justicia de Dios. Ya saben: cuando la misericordia será sustituida por la justicia, como decía Santa Faustina Kowalska. Y añadía: los ángeles tiemblan ante ese día.     

Todo esto supone que, por ejemplo, algunos cardenales ya no buscan al Papa-héroe que necesita la Iglesia: se conforman con que no llegue un impostor. Sí, un impostor, llámenlo anti-Papa, que no deja de ser una figura y un concepto difuso, un enemigo de la Iglesia, dentro y arriba, muy arriba, en la cúspide. 

Ahora mismo, piensan algunos cardenales, y piensan cada día más católicos, cualquier cosa puede pasar.