Decíamos ayer que los días se oscurecen, los tiempos se acortan. La verdad es que no se necesita un don especial de discernimiento para percatarse de que el mundo no marcha muy bien. Algo más de cerebro y mucho más de corazón se precisa para saber por qué no marcha bien: porque nos hemos alejado de Cristo

Clive Lewis (+ en 1962) aseguraba hace 90 años que, en los tiempos de la Iglesia naciente, la gente se convertía en masa porque el mensaje de los apóstoles operaba sobre una sociedad que no había perdido el sentido del pecado, que era consciente de que hacía cosas que no estaban bien.

Al hombre actual le cuesta la conversión, no por falta de humildad, que también, sino porque le falta sentido del pecado, algo que nunca falló en anteriores generaciones

Es decir, una sociedad que, al revés de lo que ocurre con la actual, tenía sentido de culpa: “El pecado del siglo XX es la pérdida del sentido del pecado, ratificaba Pablo VI hace 60 años. 

Hablo del mismo sentimiento de culpabilidad que, para la mente sucia de Sigmund Freud (+ en 1939) debía ser silenciado si se pretende entrar en su psique estable, es decir, en el universo muerto del psicoanálisis. 

Estamos en 2023: hay tiempo para convertirse pero se acaba el tiempo, primero porque se mueve nuestra vida en una sociedad de ancianos adocenados que no se convierte porque ni se plantea la conversión, tras décadas de vivir ajenos al Salvador. Segundo, porque los tiempos se están oscureciendo y el signo de los tiempos supone la mayor crisis de la Iglesia en toda la historia y una crisis global del mundo con eso que el Papa Francisco calificó como “la III  Guerra Mundial por trozos”, que no se refiere a Israel y a Ucrania, no solamente, sino a la falta de paz interior en los individuos y en las naciones.

No se puede convertir el que vive bajo la siguiente convicción: pero si yo no he hecho nada malo. Puedo haber cometido errores pero no pecados. Vamos, que no lo hice adrede

La conversión no es un asunto de hoy, sino de todos los tiempos. Fray Luis de León (+ en 1571) es el autor de un poema titulado De la Magdalena, sí de la conversa María de Magdala, que viene a contarnos eso, que siempre hay tiempo pero que no conviene tentar a la Providencia, siempre misericordiosa pero también siempre justa:

Más hora no hay tardía, 
tanto nos es el cielo piadoso, 
mientras que dura el día; 
el pecho hervoroso 
en breve del dolor saca reposo.
 

Que completa con otros quintetos sobre la conversión tardía del alma tras una vida no muy edificante. Asegura la Magdalena de Fray Luis de León y podrá aseverarlo cada uno de nosotros:

Decía: "Solo amparo 
de la miseria extrema, medicina 
de mi salud, reparo 
de tanto mal, inclina 
aqueste cieno tu piedad divina"
Al parecer, la de Magdala sí tenía sentido del pecado. De hecho, todos los que hemos cumplido los 60 deberíamos repetir estas dos quintillas finales de Fray Luis:
Bañen tus pies mis ojos, 
límpienlos mis cabellos; de tormento 
mi boca, y red de enojos, 
les de besos sin cuento; 
y lo que me condena te presento: 
preséntote un sujeto 
tan mortalmente herido, cuál conviene, 
de un médico perfecto 
de cuánto saber tiene 
dé muestra, que por siglos mil resuene
 

Se acaba el tiempo pero el médico Dios siempre está dispuesto a atender a un corazón humilde que quiere cambiar de vida.

La conversión siempre ha sido importante, en el siglo XXI es, además, urgente.

Al hombre actual le cuesta la conversión, no por humildad, que también, eso siempre, sino porque le falta sentido del pecado, algo que nunca falló en anteriores generaciones. 

Lo lógico es que la conversión se concrete en la confesión. ¿Por qué la gente muere sin convertir? Porque los confesionarios están criando telerañas

Por lo demás, la conversión nace del fondo del alma, cuando uno es consciente de las siguientes premisas, alguna ya antedicha:

1.El pecado del siglo XX es la falta de sentido del pecado, En el siglo XXI, el pecado es la blasfemia contra el Espíritu Santo. Es decir, hace 40 años estábamos al borde del abismo; ahora, hemos dado un paso hacia delante. Ya no nos planteamos lo que está bien y lo que está mal: ahora si nos los planteamos.... ¡para concluir que el bien es el mal y el mal es el bien!

2.Si no nos sentimos pecadores ni nos planeamos la conversión del pecado vivimos en un mundo matrix, un universo paralelo al real, porque el pecado existe y el peor pecador es uno mismo. Recuerden: el loco es, simplemente, el que no ve la realidad. Mismamente, el que no ve el pecado. Por eso no se convierten, dado que viven bajo la premisa: pero si yo no he hecho nada malo. Puedo haber cometido errores, pero no pecados. Vamos, que no lo hice adrede. 

3.Hemos creado en nuestros corazones un orgullo diabólico que nos impide abordar la clave de la conversión: ofrecerle a Dios nuestra miseria, que es lo único que tenemos en propiedad.

Sí, lo lógico es que la conversión se concrete en la confesión. ¿Por qué la gente muere sin convertir, ahora que estamos en noviembre, el mes dedicado a nuestros hermanos difuntos? Porque los confesionarios crían telerañas.

Sí, se acaba el tiempo para cambiar de vida. El tiempo del mundo pero, sobre todo, nuestro tiempo individual. A fin de cuentas, para cada uno, el fin del mundo es su muerte… por el momento.