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Todos estamos preocupados con lo que pasa en España. Y cuando digo todos me refiero a todos, a los que la deseamos unida, pacífica, con el reconocimiento histórico, la historia que se merece y con el bien común como objetivo político de nuestros dirigentes; y también están preocupados los que desean que el país se cuartee porque priman sus intereses personales, a los que patean los signos que reconocen a España como nación, los que insultan a nuestra memoria y a nuestros antepasados que hicieron de España lo que es hoy –y por eso quizá la quieren destruir–, a los que no quieren una España cristiana porque su odio a la religión no lo comprenden ni ellos mismos, pero son así.
Todos andamos preocupados pero unos por el calado profundo del destrozo que supone en las personas, en su rectitud de corazón, en la deconstrucción de la antropología natural; y los otros porque todavía tienen miedo de que haya algo que les tuerza el plan de la creación de un estado asocial, los que lo perpetran y los que piensan que cualquier cosa mejor que la derecha y los católicos.
Por un lado, los nacionalistas que solo quieren partir España bajo la bota imperante de su pensamiento, depredando salvajemente al Estado con el único objetivo del poder, donde las razones son lo de menos. Prima más bien la idea de manejar una sociedad masificada, de conciencia entretenida en el clima, el género y la libertad de hacer sin pensar en las consecuencias, lo que se viene llamando libertinaje.
Pero les voy a dar una noticia que pocos sabemos, pero que los que lo sabemos estamos tranquilos y contentos: nada de lo que hagan servirá para triunfar. Puede que para hacer daño, es posible que acallen las voces de muchos, pero nunca llegarán al alma ni mancillarán la libertad interior de saber que somos hijos de Dios, que de Él depende todo, incluso los pelos de sus cabezas.
Todos andamos preocupados, unos por el calado del destrozo que supone en las personas, en su rectitud de corazón, en la deconstrucción de la antropología natural; y los otros porque todavía tienen miedo de que haya algo que les tuerza el plan de la creación de un estado asocial, los que lo perpetran y los que piensan que cualquier cosa es mejor que la derecha y los católicos
Cuando vemos a muchos despacharse a gusto contra la Iglesia, es el momento de aquello tan doloroso, sencillo pero difícil, de orar también por los enemigos. Ya lo dijo Cristo, “este tipo de demonio solo sale con ayuno y oración” (Mateo 17:20-21). Y lo cierto es que estamos rodeados de muchos demonios de este tipo, de los que hay que echar con ayuno y oración, por ejemplo: el terrorismo, los nacionalismos y las leyes de género -en especial el aborto, el homosexualismo y las feministas radicales-.
¿Pero por qué con ayuno y oración? Porque la bondad de Dios es compatible con la corrección de un padre con sus hijos, permitiendo que cometan ciertos tropiezos para aprender de ellos. Pero cuando los tropiezos se convierten en un estilo de vida, suelen ser represivos, no es el caso de Dios pero a cambio, Él permite, sino hay arrepentimiento, reconocimiento de culpa y propósito de la enmienda, que nos sigamos hundiendo en nuestro propio pecado, porque Dios es la coherencia infinita y no podrá ir en contra de la libertad que nos dio ni tan siquiera para ir en contra de nosotros y de Él mismo. Entonces es cuando el ayuno y la oración entran en escena, porque el ayuno es un sacrificio de propiciación es decir propicia la misericordia de Dios. Son los hijos buenos que le aman que rezan por los hermanos distraídos, y vencen a Dios, acortando la prueba y aflojando la justicia divina.
Es verdad que están las almas consagradas y de clausura, cuya función es la de ser el pararrayos del Señor, que rezan, que oran trescientos sesenta y cinco días al año y además ayunan mucho, muchos de esos días. Pero los cristianos que somos conscientes de qué está sucediendo, además de poner los medios intelectuales, profesionales y materiales para que la sociedad no vaya a peor, también debemos orar y ayunar en la medida de nuestras circunstancias.
Y llega la Navidad, una de las fiestas más profanadas por el posmodernismo, en la que podemos hacer mucho en el sentido de ser pararrayos del Señor: sonriendo, comiendo y bebiendo menos, no pensando en que el 'cuñao' es un 'pesao', aportando en casa y menos móvil
Y llega la Navidad, una de las fiestas más profanadas por el posmodernismo, en la que podemos hacer mucho en el sentido de ser pararrayos del Señor: sonriendo, comiendo y bebiendo menos, no pensando en que el cuñao es un pesado, aportando en casa y menos móvil. Y haciendo oración delante de nuestro Belén, o nuestro Niño Jesús, que debe estar en el centro de nuestras casas para que todo el que llegue o pase por allí, sí o sí, lo vea y se acuerde de que es Navidad por Él.
Al calor de Belén (Sekotia) de Juan Moya Corredor. Recopilación de varias meditaciones al pie del Portal, donde la Navidad se torna entrañable y la oración toma una relevancia importante en estos días de demasiado ajetreo, familia, fiesta y regalos.
El día de Reyes. Cuentos de Navidad (Encuentro) de varios. Los cuentos de Navidad, más allá de Charles Dikens, están recogidos por literatos españoles desde siglos atrás y que a través de estos relatos cortos nos llevan a conocer costumbres y tradiciones de otros tiempos pasados que dan sentido a lo que todavía en muchos hogares se vive hoy.
Si Dios no escuchase (Rialp) de C. S. Lewis. Este autor nos tiene acostumbrado a sus razonamientos sólidos y bien estructurados, pero cuando de lo humano salta a lo divino, le hace, si puede ser, más interesante. En sus argumentos, Lewis muestra una vigorosa convicción y, a la vez, una gran sensibilidad y comprensión para con las debilidades y los miedos del hombre.