Yuseef Iskandar es un monje copto-egipcio, conocido como Matta el Maskine, que también son ganas, autor de la "Experiencia de Dios en la oración". Don Matta estuvo presente -en calidad de observador- en el Concilio Vaticano II, aunque lo cierto es que toda su vida fue medio-eremítica, en el desierto egipcio.

Recoge una frase que no es suya, sino de la tradición monacal egipcia, y que dice así: "Quien llora sus pecados es más grande que quien resucita a los muertos". Una de esas afirmaciones que todos acogemos con enorme satisfacción por su belleza, pero no por su flagrante verdad. Porque, en efecto, al hombre no le es dado resucitar a los muertos, las pocas veces que alguien lo ha hecho ha sido como instrumento directo de Dios... o ha sido obra directa del Dios-hombre. Y la de resucitarse a sí mismo, sólo la he tenido Dios-Hombre.

Sin arrepentimiento no hay progreso posible: el hombre se convierte en basura y las sociedades en decadentes

Pero arrepentirse sí. Esa es tarea humana a todos los efectos. Y se necesita mucho valor para un arrepentimiento sincero: nada menos que el valor de los héroes.

Sin embargo, observo que en algunos modelos públicos españoles de este siglo, prohombres a los que admiran las multitudes, la capacidad de arrepentirse, la simple formulación "me he portado como un miserable", no existe. 

Recuerden el latigillo argumental de Fernando Grande-Marlaska, ministro del Interior: pedir perdón es una forma de arrepentimiento. Recuerden su afirmación, en plena pandemia, tras una de sus habituales meteduras de pata: "Autocrítica sí, pero arrepentimiento no, porque implica culpabilidad". Ocurrió un 20 de abril de 2020. Aquel día sí que sentí un reconcomio de pavor. El bueno de Marlaska, juez exitoso y ahora político peligroso, acababa de laminar el poso más profundo de la condición humana.

El pequeño problema de siglo XXI: no hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón... pero no puede haber perdón sin arrepentimiento

Mire usted, señor Marlaska: la historia de la civilización es la historia del arrepentimiento de ese ser libre llamado hombre, libre pero falible, capaz de todos los errores y de todos los horrores, y que, sin arrepentirse del mal perpetrado, sencillamente no puede mejorar, no puede progresar y debe perder toda esperanza. 

Y sí: "Quien llora sus pecados es más grande que quien resucita a los muertos". Este es el pequeño problema del siglo XXI, ya anunciado por San Juan Pablo II: "no hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón"... pero no puede haber perdón sin arrepentimiento.

Sin arrepentimiento sincero no hay redención, sin redención sólo hay infierno

Sin arrepentimiento, el hombre se convierte en basura y las sociedades en decadentes. ¡Anda, si eso es el Sanchismo!

Piénsenlo. El bueno de Iskandar andaba cargado de razón, mientras Marlaska, que no es eremita, anda errado: sin arrepentimiento, y sincero, no hay redención, sin redención sólo hay infierno, este infierno en que hemos convertido un mundo formidable: el nuestro.