A ver muchacho, punto 2.357 del Catecismo de la Iglesia Católica hoy en vigor:
“La homosexualidad designa las relaciones entre hombres o mujeres que experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia personas del mismo sexo. Reviste formas muy variadas a través de los siglos y las culturas. Su origen psíquico permanece en gran medida inexplicado. Apoyándose en la Sagrada Escritura que los presenta como depravaciones graves, la Tradición ha declarado siempre que “los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados”. Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso”. Fin de la cita.
Yo creo que está muy claro. La Iglesia condena la homosexualidad. Ahora se puede decir eso de que lo que realmente condena la Iglesia son los actoshomosexuales, y es cierto, pero mucho me temo que entonces estaremos forzando la norma e introduciéndonos en el proceloso mundo del sofisma.
Y no me vengan con que todo es posible con Francisco. Este Papa no ha cambiado la doctrina. En nada. Y la maldad de que no ha cambiado la teoría, pero sí la práctica no deja de ser eso, una maldad porque el Papa hace la teoría: la práctica la hacemos los católicos.
Sí es cierto que Bergoglio es porteño, ergo le encanta forzar las cosas hasta el borde mismo del precipicio, para desesperación de algunos. Le encanta, mismamente, recibir con todos los honores al compañero de fatigas James Martin, un hortera de bolera, el jesuita gringo que dedica sus ocios a tocar las narices a los católicos fieles con el asunto gay.
Todo eso es cierto. Ahora bien, es el mismo Papa, porteño él, como creo haber dicho antes, que cortó una propuesta para admitir a los homosexuales en el seminario con una frase que tuvo que desfacer pero no negar: “No, no, que en los seminarios ya hay mucho mariconeo”. El Vaticano enseguida enmendó la ocurrencia: la Iglesia recibe a todos.
Y es cierto que la Iglesia debe abrir los brazos a todos, heterosexuales y homosexuales... pero a Francisco no le gusta el mariconeo en los futuros sacerdotes, si ustedes me entienden.
Es decir, el lobby gay, quizás envalentonado con el tono de cierta jerarquía eclesiástica, no sólo pretende silenciar la doctrina sobre la homosexualidad y a quienes aún se atreven a exponerla: lo que pretende es modificarla. Sobre todo, el punto 2.357 del Catecismo de 1992.
Así que el Papa debe hablar y aclarar la doctrina de la Iglesia sobre la homosexualidad, que esa es su función. Cuanto antes, por favor. Y que no se lo encargue a Tucho, que es un fenómeno… espiritual. Mejor en primera persona.