Es evidente que el cataclismo provocado por el COVID-19 no es algo que surja sin más, no es un accidente de la naturaleza ni tampoco del azar, aunque comprendo que haya quien quiera pensar que sí o directamente ni pensar, que es más cómodo, porque vivir en la ignorancia te resuelve muchos problemas de responsabilidad y compromiso.

No me quiero poner apocalíptico, solo quiero recordar que cuando el ser humano se aleja de Dios, le termina negando, y finalmente pretende doblegarle a sus deseos, entonces Dios, como cualquier padre de familia que ve que un hijo se descarrila, toma cartas en el asunto, le avisa primero y, si llega el caso, termina castigándole con la intención de que responda a cierta corrección. ¿Es eso un padre malo? ¿Es Dios un Padre malo porque quizá ha llegado el momento de que la humanidad reciba una lección o un castigo, que le haga desandar los pasos que la alejaron de El?

La Revolución Francesa fue una crisis humana contra Dios, a la que se llegó después de que desde las autoridades hasta el último mono de la sociedad había dejado de pensar en Dios como Padre. También la Primera Guerra Mundial fue la consecuencia del enfrentamiento entre poderosos del mundo, que llevaron a sus pueblos a una de las matanzas más sangrientas de la humanidad. Y todavía estando en esas, el segundo aviso de Fátima lo dejó bien claro: La guerra pronto terminará. Pero si no dejaren de ofender a Dios, en el pontificado de Pío XI comenzará otra peor. ¡Y vaya si fue peor! Porque no solo fue una guerra bélica. Con ella llegaron las ideologías más perversas de la historia: el nazismo y el comunismo, que posteriormente, este último, se extendió por el mundo corrompiendo la razón y el espíritu de Dios que habita en cualquier ser humano que nos conduce hacia la bondad.

Después de la Segunda Guerra Mundial, hubo un tiempo de bonanza espiritual. Europa se volvió a Dios y le miró cara a cara. Europa resurgió de sus propias cenizas y alcanzó un crecimiento social, económico y religioso importante…

Después de la Segunda Guerra Mundial, hubo un tiempo de bonanza espiritual. Europa se volvió a Dios y le miró cara a cara. Europa resurgió de sus propias cenizas y alcanzó un crecimiento social, económico y religioso importante… Hasta los años 70, cuando los intelectuales de la nueva ola de pensamiento en las universidades, algunos medios de comunicación y muchos sellos editoriales, comenzaron de nuevo a coquetear con la idea del súper hombre, gracias a las ideas comunistoides en sus diferentes variantes, que sencillamente se diferenciaban por su más o menos radicalidad. Pero el daño mayor fue porque las ideas utilizaban lo que llamaron la liberalización sexual como hilo conductor… Menos matrimonios, más concubinatos, aborto, homosexualidad, cambios de sexo… Todo valía, porque sin duda el objetivo era “tienes derecho a ser feliz… Como sea, porque tienes razón”. Nada debería parar los deseos de la gente joven… Lo importante era ser uno mismo. ¡A nadie le importaba lo que otro hiciera! Como si las vidas fueran estancas y nadie se debiera nada… El individualismo y el nihilismo, tocaban a la puerta y se resolvía con dosis ingentes de hedonismo.

Cincuenta años después, la pandemia no es el Coronavirus, la pandemia es el mismo ser humano, que se ha quedado sin recursos morales que le ayuden a sobrevivir en un futuro incierto y un presente distópico. Como en toda distopía, se dan dos casos antagónicos que pretenden afrontar el problema. Los que se repliegan al sistema que lo ha generado porque no quieren vivir peor de cómo viven, y se vuelven sumisos. Son voces acríticas e incluso defenderán a quien les llevó a ese estado de sus vidas… Y los que creen que siempre hay posibilidad de que las cosas cambien para salir de esa situación. Es curioso, la mayoría de las distopías se hacen desde el lado oscuro de la dominación de la libertad de pensamiento y de la fe.

El 11M cambió los paradigmas de la sociedad en España. En otros países el terrorismo también hizo lo mismo. La crisis mundial del 2008 también dio un importante giro al mundo tal cual lo conocíamos, porque la estabilidad económica desapareció y con ella la armonía social y los planes a medio y largo plazo, es decir, la capacidad de planificar la vida que es parte esencial de la persona. Ahora, esta peste del siglo XXI, también volverá a cambiar la forma de ver el mundo, la vida y la persona. Todo está orquestado de manera que la sociedad sea más esclava de sí misma. Se ha quedado sin estabilidad social. La enfermedad y la muerte serán sus compañeras habituales. ¿Qué más se le puede robar al ser humano para que deje de ser precisamente eso, ser humano?

Cincuenta años después, la pandemia no es el Coronavirus, la pandemia es el mismo ser humano, que se ha quedado sin recursos morales que le ayuden a sobrevivir en un futuro incierto y un presente distópico

Pienso que la Iglesia debiera ir tomando la delantera con los remedios de toda la vida que funcionaron y que lo siguen haciendo, como por ejemplo consagrar a la humanidad, hacer oraciones contra la peste y recomendar la oración, el rezo del Rosario, la expiación de los pecados y recomendar los sacramentos, en especial el del perdón. Quizá ya lo hacen, pero deberían ser más tenaces, más repetitivos, hacer uso de los recursos como la televisión, donde algún obispo dijera estas cosas con firmeza…

Cyclus Apocalyticus (Sekotia) José Antonio Fortea. Una novela cuyo personaje es la entera civilización de finales del siglo XXI y principios del XXII. La visión de la destrucción del mundo desde el lado de los no creyentes. La crónica de la deconstrucción de una sociedad planetaria.

Rusia, 1917 (Encuentro) Varios. La Revolución de Octubre de 1917, que supuso la desaparición de Rusia y dio comienzo a la Unión Soviética, pareció traer un «nuevo amanecer». Sin embargo, la toma del poder por parte del partido bolchevique de Lenin reveló pronto su carácter trágico al dar lugar a un régimen totalitario sin igual en la historia.

XX Un siglo tempestuoso (Esfera de los Libros) Álvaro Lozano. El autor logra un relato ameno y meticuloso sobre la historia de un siglo XX marcado a fuego por la guerra y la violencia, por los «hechizos» ideológicos del comunismo, el fascismo y el nazismo, y por la pugna entre los dos bloques hegemónicos, la URSS y EE.UU.