No sé si a la redactora de RTVE le hizo mucha gracia que sus cámaras filmaran y emitieran para toda España el susto que se llevó cuando preparaba su crónica y la tierra canaria tembló bajo sus pies. Pero lo cierto es que su reacción instintiva reflejó el temor telúrico que reina en las Islas Canarias tras la erupción volcánica en la falda de Cumbre Vieja en el centro-oeste de La Palma, la llamada isla bonita del archipiélago canario.

Lo cierto es que hizo bien Pedro Sánchez en acudir a Canarias. Con esto, el presidente del Gobierno mostraba su cercanía a unos españoles que están pasando por un mal momento y, de paso, retrasaba su viaje a Naciones Unidas, con lo que nos ahorraba, al menos por el momento, sus acostumbradas homilías ONU sobre el Nuevo Orden Mundial (NOM), en la sede central visible del movimiento NOM: Naciones Unidas.

Ante la tragedia sólo caben tres opciones: Cristo, el fatalismo o la desesperación. Los dos últimos pueden ir unidos

En estos momentos, el viaje a Canarias hubiera resultado más propio del Rey de España que del presidente del Gobierno, que donde debe estar es coordinando el socorro desde su despacho o por teléfono, pero Felipe VI vive secuestrado en la Zarzuela por el Ejecutivo y las decisiones que puede tomar son más bien escasas.

En cualquier caso, Sánchez hizo bien: un presidente tiene que estar al lado de las víctimas o lo más cerca posible de ellas. En lo que no hizo tan bien Pedro Sánchez fue en sermonearnos con su ídolo favorito: la ciencia empírica. Primero porque en materia científica poco puede aportar el economista que preside el Gobierno y, segundo, porque la vulcanología no es una ciencia exacta y los vulcanólogos y sismólogos se cuidan mucho de hacer previsiones.

Asegurar, como hizo Sánchez que “todo se está desarrollando según lo previsto” es una necedad peligrosa. Lo cierto es que la erupción sorprendió a los científicos que no la tenían prevista para tan pronto como la tarde del domingo 19 de septiembre y, aunque las características del estallido no son las peores, nadie, y menos que nadie los científicos, se atreven a pronosticar qué es lo que va a pasar dentro de 10 minutos.

Rogar porque no vaya a más y actuar para socorrer a los que se han quedado sin nada. En esto segundo, Pedro Sánchez puede resultar más útil. Los ciudadanos, mediante nuestros impuestos, le hemos dotado de los medios necesarios

Los hombres públicos deberían saber lo que los científicos saben: que la ciencia poco puede contra la naturaleza y que, ante el estallido de un volcán, resulta mucho más prudente confiar en la Providencia que en la ciencia y en la curación antes que en la predicción. ¿Cómo vamos a calcular el recorrido de un río de magma volcánica, así como sus consecuencias sobre las placas inferiores o sobre la orografía del terreno, así como sobre el medio ambiente? Sin que lo uno excluya lo otro ni lo otro lo uno, en determinadas ocasiones lo más ‘científico’, -y lo más útil- es rezar.

Sobre todo, si lo que lleva a decir la pavada de que “todo está ocurriendo según lo previsto” no es el amor por la ciencia sino un odio por la religión cristiana.

Ante la tragedia sólo caben tres opciones: Cristo, el fatalismo o la desesperación. Los dos últimos pueden ir unidos.

En cualquier caso, no sabemos qué es lo que puede suceder en la Isla de La Palma y en todo Canarias. Por ahora, las previsiones han fallado, el futuro se ha convertido en presente y hay que rogar y ayudar. Rogar porque no vaya a más y actuar para socorrer a los que se han quedado sin nada. En esto segundo, Pedro Sánchez puede resultar más útil. Los ciudadanos, mediante nuestros impuestos, le hemos dotado de los medios que los demás no tenemos.    

¡Ánimo, canarios! Y confiad más en la Providencia que en la Ciencia. Falla menos.