Me gusta el vídeo. Echénle un vistazo. Los protagonistas son los niños que le piden a sus padres que no les disfracen en Halloween. El lenguaje es infantil, en tanto que terminante. Pero sí: las razones a las que aluden son las precisas: fiesta de origen satánico, como eran las religiones celtas, las hispanoamericanas y otras perversiones de la fe verdadera, que es la cristiana.

Por cierto, recuerden que las peores herejías y los peores pecados han sido siempre los ‘espirituales’, los del alma, no del cuerpo. El lenguaje que empleo no es el más riguroso, sólo recuerdo que delante del sexto mandamiento hay otros cinco y delante del noveno otros ocho. En cualquier caso, las peores herejías a las que se ha enfrentado el cristianismo siempre tenían una raíz gnóstica, es decir, de lo más espiritual. 

Por lo demás, Halloween se presenta como un entretenimiento inocente, al menos ingenuo, cosa de niños que gritan ‘truco o trato’. Ahora bien, dejando a un lado el significado de esas palabras y de los hábitos de esta fiesta hortera, del insigne Gabriel Amorth, el gran exorcista romano aprendí que las actividades espiritistas aparentemente inocentes son aprovechadas por el demonio para atenazar a las almas. La oüija puede presentarse como un mero pasatiempos de adolescentes, pero para Satán es algo muy aprovechable. Se dice que el agua tiene memoria y siempre vuelve. Pues los demonios también: si el hombre les franquea el paso, ellos lo aprovechan. A veces para siempre.

Los pequeños se divertirían más de lo que podemos imaginar con las vidas de santos, la mayoría de ellas, vidas apasionantes

En todo caso, las dos cuestiones más importante de Halloween son estas:

1.Se trata de una moda norteamericana. Los estadounidenses son admirables por muchas virtudes, pero no por su profundidad intelectual. ¿Por qué hay que seguirles como borregos?

2.Más importante: los cristianos celebramos dos fiestas: el 1 de noviembre el día de Todos los Santos y el 2 de noviembre el día de difuntos.

El primero es para recordarnos que debemos ser perfectos como nuestro Padre Celestial es perfecto. La vida del cristiano es un camino nada menos que hacia la perfección. ¿Por qué no celebrar una fiesta el Día de los Santos donde los niños se comprometan a comportarse... como santos durante un día? ¡Buen concurso que debe contar con buenos premios! O para ponerles una película sobre santos de carne y hueso. Los pequeños se divertirían más de lo que podemos imaginar con las vidas de santos, la mayoría de ellas, vidas apasionantes.

La otra festividad, día de difuntos, está dedicada a honrar a nuestros muertos, porque el cuerpo es parte fundamental de la persona humana, no sólo un apéndice del alma, de nuestro espíritu. Y es lógico: los antropólogos aseguran que honrar a los muertos constituye la primera muestra de civilización. Buen momento para hablar de los novísimos: muerte, juicio, infierno y gloria. Eso da para muchos concursos.

¿Y qué me dicen de un concurso sobre los novísimos: juicio, muerte, infierno y gloria?

Así que, ¿por qué no volver a festejar el día de Todos los Santos y el día de los difuntos, tal y como se ha hecho siempre en el orbe cristiano? Y a Halloween, que le vayan dando por dónde amargan los pepinos y se rompen los cestos.

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Señora, no le disfrace de calabaza en Halloween. Es una fiesta satánica y muy, muy hortera.