En definitiva, poco me importa que sea legalizada o no la prostitución
Como la decisión estaba en manos de Irene Montero lo esperable es que el debate sobre la prostitución acabara como acabó: sin solución y con confusión. Al final, se ha impuesto eso de que el proxeneta es culpable (¿en algún lugar del mundo el chulo no es culpable?), el cliente es culpable, y lo es, pero estamos confundiendo de nuevo delito con pecado, y la prostituta no lo es porque es una pobre marginada. Puede que sea marginada pero es tan culpable como el cliente, si acaso más, porque lo del cliente puede ser una aberración temporal, pero lo de la prostituta es una aberración permanente.
Porque miren ustedes, lo de menos es que la prostitución sea legal o ilegal: lo de más es que vender el propio cuerpo es una barbaridad.
Aquí entramos en un principio general que hemos olvidado tiempo atrás: no todo pecado debe convertirse en delito y el hombre debe guiarse por su conciencia, no por el Código Penal, por temor a Dios, no por miedo a la policía o al juez.
Delito y pecado: la confusión de nuestro tiempo. Casi siempre para mal
Esto segundo suele ser predicado en nombre de la democracia, es lo que le gusta a los tiranos, porque al tirano le interesa el orden, no para proteger al débil frente al fuerte, sino para protegerse él, el fuerte, frente a sus subordinados, no vaya a ser que surja la rebelión contra su persona.
Por contra, el cristianismo condena la prostitución sin preocuparse de meter a nadie en la cárcel por ello. Repito: hay dos tipos de personas en el mundo, las buenas y las malas: las primeras son las que no interponen querellas al prójimo. El cristiano, por contra, sabe, o debería saber, que el peor pecado no es el de impureza, sino el de orgullo y la soberbia, que son menos susceptibles de ser introducidos en el Código Penal.
Ahora bien, convertir la prostitución en una escuela de derecho, como hace el movimiento Stopabolición, refrendado por académicos (artículo académico, le dicen) como el del "doctor sociólogo José López Riopedre", pues hombre, qué quieren que les diga…
En definitiva, poco me importa que sea legalizada o no la prostitución. Lo que quiero es que la prostitución sea denigrada como lo que es: la venta del propio cuerpo por dinero. Y nuestro cuerpo es algo muy importante, que conste.
El sexo no se puede banalizar, por tanto, convertir en una mercancía (nada más banal que un mercado) porque el hombre es un ser sexual y porque donde no hay amor, es decir, donación de uno mismo, ni apertura a la vida, paternidad, no debe haber relaciones sexuales. Pero no confundamos delito con pecado o acabaremos en cuestiones tan peregrinas como la del doctor sociólogo Riopedre, para quien los abolicionistas no son más que racistas disfrazados, ni como las asociaciones de prostitutas, tan feministas ellas, que piden seguir ejerciendo porque se trata de un derecho.
Pues no, resulta que no es ningún derecho.