Nefarious es una película-drama que perfectamente podía haber sido una obra de teatro. Un condenado a muerte poseído por un demonio charla con un psiquiatra ateo, el mismo técnico que puede librarle de la silla eléctrica y que se llama James Martin, como el jesuita norteamericano defensor de la homosexualidad... y a lo mejor no es una casualidad. También tiene mucha enjundia el sacerdote progre que aparece en escena y que como buen progre, no cree en los demonios. Esta figura también tiene su enjundia.  

Les presento dos glosas de la película. La primera, la del sacerdote Javier Olivera (Que no te la cuenten). La segunda, el contrapunto a la anterior, la de dos personajes del siglo, cuya sola imagen vale más que mil palabras. Ellos sólo pretenden ser objetivos aunque él -perdón por el señalamiento de sexo-, nuestro tatuado protagonista, muestre en su pecho una cruz invertida, otro signo satánico... aunque desconozco si él lo sabe.

Entiéndame, las dos glosas de Nefarious, la del sacerdote Javier Olivera y la de nuestros dos curiosísimos amantes del séptimo arte, resultan igualmente interesantes. El sacerdote explica el trasfondo, asegura que el espíritu maligno que protagoniza la historia es verdaderamente maligno, verdaderamente demoníaco. Por contra, nuestra pareja de contestatarios-experimentales lo considera una experiencia y llegan hasta allí donde puede llegar el hombre castrado (tranquilos, intelectualmente castrado) del siglo XXI, que vive en un mundo de premisas sin conclusiones. Para el hombre de hoy, llegar a una certeza sería el comienzo del fin y no el principio de una vida racional. 

Dios no es un qué, es un quién... y a los ‘quiénes’ se llega de forma directa, no a través de los diablos, que ni tan siquiera son sus contrarios. Entre otras cosas porque el mal no existe: sólo es la ausencia de bien

De verdad que ambos análisis, el del cura y el de los ‘underground’, resultan útiles. Entre otras cosas porque, a pesar de que toda la modernidad lleva dos siglos intentando convertir a los ángeles caídos en figuras cómicas, cuya existencia no pueda ser considerada en serio por ningún hombre serio, los demonios resucitan una y otra vez. Debe ser porque en verdad existen. Es como si todo el poder actual hubiera sido incapaz de firmar su acta de defunción.

A lo mejor, también, es así porque, aunque la técnica de Satán durante los últimos 200 años haya consistido en ocultarse, su orgullo le impide permanecer en el anonimato por más tiempo. O a lo mejor es que ahora mismo, en 2023, ha llegado su hora, el momento del terrorismo explícito: Satán se ha quitado la careta. 

Pero tranquilos, como decía el más famoso satanista del siglo XX, Gabriele Amorth, “el diablo no huye de mí porque sea un bien exorcista sino porque le doy miedo: soy mucho más feo que él”. Además, su poder es limitado, mucho más limitado de lo que creen quienes se obsesionan con Averno, y mucho mayor de los progres que se empeñan en negar su existencia... porque no hace intelectual.

En cualquier caso, Satán tiene un problema en el siglo XXI: ahora que ha decidido quitarse la careta, se encuentra con que su obra maestra de toda la modernidad, el relativismo nihilista, el no creo nada porque no me importa nada, es decir, la religión del mundo moderno, la que ha arrastrado a buena parte de la humanidad, se ha vuelto contra él: Él pretende que le adoren y ha convencido a muchos de que los espíritus no existen. Entonces, ¿cómo van a adorarle?

Y lo que es peor, la increencia vaga que ha sembrado ha pasado de relativismo a ese nihilismo que, por naturaleza, resulta estéril. En el siglo XXI hay que preguntarse: ¿ha agotado el pensamiento su posibilidad de concluir? ¿Se ha disociado el pensamiento de la acción, vivimos en un mundo de premisas sin conclusión? Entonces, ¿para qué sirve pensar?

La obra de Satán en el siglo XXI: ¿ha agotado el pensamiento humano su posibilidad de concluir? ¿Se ha disociado el pensamiento de la acción, premisas sin conclusión? Entonces, por ejemplo, la educación perdería todo su sentido

Por otra parte, y ahora paso de los tatuados multicolor al cura Olivera: nuestro atribulado mundo ha caído en la cuenta de que el demonio existe pero el sopor de la criatura es de tal calibre y de tamaño aborregamiento, que llegar a esa conclusión podría no servir para nada. Cuando la esperanza reinaba en la sociedad, la gente prefería creer en Dios antes que en el demonio, cuando el mundo está dominado por el morbo, los hay que prefieren cree en un Satán odiador que en un Cristo redentor. 

En cualquier caso, no se llega a la fe en Cristo por miedo de la conclusión de que el mal existe y de que su portador es El Maligno. No tan siquiera por la evidencia de que si el maligno existe o no existe -ya lo creo que existe-, entonces también existen los espíritus y de creer en los espíritus a creer en Dios hay una paso intelectual, breve y casi obligatorio. 

Dios es un quién, no un qué, y a los quiénes se va directamente, no por conducto intermedio y mucho menos a través de su contrario. 

Pero yo no me perdería ninguna de las dos glosas o tráilers de Nefarious. Aquí las tienen: la de los atrabiliarios y la de don Javier Olivera. Ahí podrán ver cómo se justifica el aborto y la eutanasia como obras maestras del infierno.

A partir de aquí animarles a ver esta formidable película, nada morbosa, que no asusta a la vista sino al cerebro. Pero no olviden que, aunque los demonios existen, ya lo creo que sí, llegar a esa conclusión puede no servir para mucho. Mejor no obsesionarse con Satán. Si quieren hacerle daño, desprécienle a él y confíen en Dios. Lo único que el Espíritu orgulloso no soporta es ser el blanco de la ironía de los hombres. 

Dios no es un qué, es un quién... y a los ‘quiénes’ se llega de forma directa, no a través de los diablos, que ni tan siquiera son sus contrarios. Entre otras cosas porque el mal no existe: sólo es la ausencia de bien.

En cualquier caso, créanme, es una película que no filmaría ningún realizador español. Ni se lo plantearía. El cambio viene de Estados Unidos, a pesar del decadente Biden. lo cual, dicho sea de paso, me fastidia bastante.