"Pero tu voz, ¿cómo será tu voz?

¡Tu voz, Señor! 

¡Una sola palabra!

¡Un murmullo! 

¡Una sílaba! 

¡Un ligero chitar!

¡Un eco, al menos, al que yo quedo uncida, por ti arrastrada, suavemente movida! 

Para poder vivir yo necesito tu llamada".

La poetisa manchega Sagrario Torres explicaba más que bien qué cosa es la oración. Ante todo, una necesidad.

Y Antonio Machado también se aproximaba a la oración: "Converso con el hombre que siempre va conmigo —quien habla solo espera hablar a Dios un día—"... el pobre Machado se quedó en soliloquio, no llegó al diálogo. Era un gran hombre pero no llegó a saber que la oración es un diálogo, no es un monólogo porque cuando el hombre le habla a Dios, Dios responde, siempre, porque el mayor misterio del universo es éste: que el Dios Omnipotente, que para nada necesita del hombre resulta prescindible, vive pendiente de la palabra de la criatura, una locura de amor que sólo el amor puede comprender.

Recuerdo que siendo un joven periodista y para librarme del acoso intelectual que sufría en un ambiente periodístico de la recién estrenada democracia española, caracterizada por el relativismo, al uso del Mayo francés, me vi en la obligación de retratarme en público, como católico. Escribí así mi segundo libro, titulado ¿Por qué soy cristiano y, sin embargo, periodista?". Recuerdo que mi jefe directo de entonces, me dijo: he leído tu libro pero yo no puedo creer que Dios viva pendiente de mí. 

Era un deísta, un sujeto lo suficientemente inteligente como para no darse al ateísmo -sin Creador no hay creación- pero no lo suficientemente capaz para confiar en Cristo y, con ello, poder disfrutar de la oración. Y es que, ya lo dijo Sagrario Torres: "Necesito tu llamada", o sea, tu palabra. Es decir, necesito hablar con Dios.

Ya saben: Sin Tí no soy nada. ¡Cielo Santo, acabo de incurrir en machismo redivivo!