Recuerden cuando Mel Gibson grabó La Pasión de Cristo. Antes de su estreno, el autor de esta obra maestra del séptimo arte, se empeñó en que el entonces Papa Karol Wojtyla la visionara
Comienza el Triduo Pascual, la clave de bóveda del cristianismo y de la historia humana: pasión, muerte y resurrección de Cristo.
Recuerden cuando Mel Gibson grabó La Pasión de Cristo. Antes de su estreno, el autor de esta obra maestra del séptimo arte, se empeñó en que el entonces Papa Karol Wojtyla la visionara. Cundo terminó, el polaco solo dijo dos palabras: "Así fue". Bueno, luego les dio a los autores un par de consejos sobre algunos puntos, especialmente sobre el papel de los judíos en la muerte de Cristo, pero su juicio principal sobre la obra de Gibson se reduce a esas dos palabras: "así fue". Y como ocurrió así, como la redención humana resultó así de cruda y de cruel para el Hijo de Dios, porque resulta que Dios es amor... pues así debía ser contada. Ni más ni menos.
Decía Pascal que lo que Dios sufrió por el hombre sólo podía sufrirlo Dios. Suplicio de Dios para salvar al hombre... que sólo un Dios podría sufrir, aunque como hombre soltara aquello de "si quieres, haz que pase de mí este cáliz".
Y con todo esto quiero decir que si la astuta Iglesia quisiera hacer creíble la pasión de Cristo hubiera retirado algunos elementos, tanto generales como particulares, en seguimiento de la máxima de los publicistas gringos: nunca digas aquello que la gente no está dispuesta a creer... aunque sea cierto. Hubiese retirado elementos generales, como el de la excesiva dolor de la pasión -Dios no necesitaba sufrir tanto para salvar al hombre- y elementos particulares, como una de 'las siete palabras' del Nazareno en la cruz: "Dios Mío, Dios mío, ¿por qué me han abandonado?", la frase que todos los cenutrios, por ejemplo yo, no pudieron entender durante años. No desesperaba el Hijo de Dios de su Padre, no era otra cosa que oración de reproche uno de los más altos grados de la mística: aprovechaba un salmo para poner en práctica la queja de amor, ante un Dios Padre que tanto amaba al mundo que entregaba a su único hijo a la muerte para redimir al hombre.
Realmente, si la Iglesia hubiera intentado engañar al mundo, hubiera ensayado una pasión más creíble, una redención menos 'exagerada'. La pasión evangélica y la pasión de Mel Gibson, al menos en una reacción instintiva, primaria, resultan poco creíbles: ¿un Dios que se anonada y sufre lo indecible por una criatura que no se merece tal sufrimiento? ¡Anda ya! Pero... "así fue".
Celso, el filósofo griego del siglo II, era un tipo listo. Enseguida se percató de que el Cristianismo sería lo que corroería al Imperio Romano que él tanto amaba. Sería lo que destruiría el poder de las legiones romanas sin desenvainar la espada aunque muriendo ante ella... sólo si fuera necesario.
Peor: el cristianismo derrotaría al César pero asimilaría y relanzaría lo bueno que tenía Roma: el imperio del derecho y de la ley, como superación social, que no individual, de la ley de la selva.
Pues bien, es Celso quien arremete contra el Cristianismo burlándose de un Dios que se deja matar en una cruz, muerte cruel, reservada a la hez de la sociedad, en lugar de utilizar su poder para aniquilar a sus opositores. ¡Pobre Celso!, el mismo acabó por reconocer que no entendía esa nueva doctrina a la que despreciaba tanto como temía.
Les recomiendo que, para vivir la Pasión del Señor, vean La Pasión, de Mel Gibson. Es dura pero es que... "así fue".