Si quieres saber por dónde va el mundo, mira por dónde va la publicidad. El publicitario se guía por el viejo principio de la comunicación norteamericana: habla para tontos porque los listos también lo entienden. 

¿Y me dice usted eso justo en el siglo XXI, cuando la publicidad atraviesa la crisis más profunda de toda su historia, cuando existe la sospecha de que todo anuncio es un fraude y que, además, no sirve para nada porque no mueve a consumir, cuando muchas multinacionales han renunciado a la publicidad? Sí, se lo digo justo ahora. En primer lugar, porque es mentira: la publicidad influye hoy incluso más que en el siglo XX. Lo que ocurre es que la publicidad actual es prisionera del mismo mal que asola a toda la producción intelectual, a toda la universidad, a la ciencia, a la investigación, a la filosofía y a la teología: el espíritu de consenso, el sentido gregario para no salirse del rebaño. Es decir, que preferimos el consenso entre nosotros al consenso con la verdad. Hasta los que consideramos eximios pensadores del mundo moderno adolecen de esta rémora, de esta verdadera lacra, de la obsesión por no resultar un 'ultra', alguien que se sale del rebaño, alguien políticamente incorrecto, alguien que se atreve a pensar por sí mismo y rechaza el pensamiento WOKE: feminismo, ideología de género, sostenibilidad, trashumanismo y otras barbaridades. La salvajada se ha vuelto políticamente correcta.

Internet continúa siendo un paraíso de libertad pero la tendencia a convertirse en un oligopolio es cada vez más fuerte

La crisis del cristiano también consiste en la obsesión por no salirse del rebaño que nos lleva a manosear la doctrina, es decir, la verdad y la realidad.

Por otra parte, es cierto que la publicidad está en baja pero no así la propaganda. Es más, la publicidad de hoy se ha convertido en propaganda, y la propaganda brilla a gran altura en el siglo XXI. De hecho, la propaganda es lo que puede perder al periodismo libre y lo que más mentiras ha sembrado en la humanidad del siglo XXI. 

Ejemplo: los grandes anunciantes no quieren anuncios en el mundo digital, saben que el público ha descarrilado una técnica mental para saltarse los anuncios. Por lo general, este proceso degenerativo termina en lo siguiente: Coca-Cola, una de las firmas que más se gastan en publicidad, no pretende que se hable bien de su jarabe sino de la espléndida gestión de los directivos de Coca-Cola. Es decir, la publicidad se ha convertido en propaganda. Lo que quieren es propaganda: no quieren que se hable bien de Coca-Cola, sino de la espléndida gestión de los ejecutivos de Coca-Cola. Publicidad no, propaganda.

Es cierto que la publicidad está en baja, pero también lo es que la publicidad se ha convertido en propaganda y ésta no está en baja... para nuestra desgracia

¿Exagero? Pues analicen la confusión que en los medios digitales, en la radio y la TV, se está produciendo entre información y propaganda, tanto en política como en economía y, más que ningún otro sitio, en la cultura que vendemos los medios, que en tantas ocasiones no es otra cosa que espectáculo. 

El peligro: Internet continúa siendo un paraíso de libertad pero la tendencia a convertirse en un oligopolio es cada vez más fuerte. Del monopolio Google en información al monopolio Facebook en redes sociales, o al pensamiento único de los nuevos reyes de la ficción: las plataformas. Observen el espíritu Netflix y ríanse ustedes del periodismo amarillo-sectario del siglo XIX. 

Y aún así dice usted que la publicidad es el mejor termómetro para conocer qué piensa realmente la opinión pública, esa que rige el mundo, según el esquema de don José Ortega y Gasset: tanto en las democracias como en las dictaduras.

Y así, la Asociación Española de Anunciantes (AEA) ha marcado como una de las tendencias para  2023, es decir, su descripción de cómo acaba 2022, en "el estancamiento del metaverso". Y tienen toda la razón. Los políticos pueden hablar todo lo que quieran de sus avances en digitalización, como si lo digital -al igual que el mundo analógico- fuera un fin y no un medio. Vamos, como si la digitalización provocara más libertad o mayor felicidad.

Veamos: el metaverso, lanzado por ese multimillonario estafador que es Markk Zuckerberg, está estancado. Lógico: el ser humano, a pesar de la historia reciente de la modernidad, continúa siendo un ser racional y se cansa del espejismo virtual: se cansa de todo aquello que no se puede tocar ni palpar y que provoca situaciones tan chuscas como las de esa mujer que aseguraba que su avatar en el metaverso, en el universo Matrix, había sufrido una agresión sexual, algo realmente intolerable. 

El grito de la humanidad actual consiste en reivindicar el quinto sentido, el eterno olvidado: el tacto, vital en la existencia humana. Entre otras cosas porque ni la vista, ni el oído, ni el olfato, ni el gusto pueden proporcionar la sensación de realidad y de certeza -sobre todo de certeza- que otorga el tacto. Hasta la mismísima alma espiritual del hombre necesita de los sentidos, también del palpar. Y lo mismo ocurre con la mente: recuerden que todo lo que está en la imaginación ha estado antes en la vista.

Quiero tocar, quiero palpar: se estanca el metaverso.

Un consejo: la digitalización es importantísima pero, por favor, mantengan la frontera entre lo real y lo virtual. Un segundo consejo: pueden estar hartos de la publicidad pero estén más alerta frente a la propaganda. La publicidad cansa pero la propaganda pervierte, igualito sobre todo en el espejismo virtual.

Y no lo olviden: Internet continúa siendo un paraíso de libertad -afortunadamente- pero vigilemos su tendencia a convertirse en un oligopolio de pensamiento único