Decía en la primera parte de este elenco de tres, que la democracia es una de las tres patas religiosas que sostienen el plano socialdemócrata que con carácter globalista se quiere, se impone, para todos. Dicen que la democracia es el máximo de convivencia cívica a la que todos estamos llamados, y añado yo, para que vivan muy bien unos mediocres intelectuales de la competencia social, que ellos mismos se encargan de crear para su propio beneficio, no por la verdad -aunque sea la suya y sea mentira- sino porque se lucran de poder.

A la sociedad se le ha ido preparando con paciencia durante los últimos treinta años para enfermar de sentimentalismo, acercando la lupa a casos extremos, escondiendo parte de la realidad y corrompiendo la razón para que no se pueda explicar nada más que desde el corazón. Ha terminado pensando que debemos la vida a la naturaleza, porque al fin y al cabo no somos más que un pedacito de ella y que, además, -ahora llega el autoflagelo- la maltratamos, ensuciamos, agotamos, abusamos de sus recursos y también de los otros individuos -que diría Ada Colau- que nos acompañan aquí, en el seno de la Madre Tierra. En Historia de las ideas contemporáneas (Rialp), Mariano Fazio Fernández hace un repaso de la evolución de la modernidad desde el siglo XVII y luego de la posmodernidad desde el siglo XX recalcando los movimientos culturales de mayor actualidad: feminismo, ecologismo y los nuevos movimientos religiosos, a los que, como yo también, osa tachar de nuevas religiones, junto a las nuevas tendencias seudoreligiosas, que pretenden rematar el avance laicista en el mundo occidental.

La sociedad ha terminado pensando que debemos la vida a la naturaleza, porque al fin y al cabo no somos más que un pedacito de ella

Y es el ecologismo precisamente otra de esas religiones posmodernas a las que me refiero en este artículo. Que no está mal pensado, cuando han conseguido que los Derechos Humanos hayan vaciado de todo sentido trascendente a la persona, profundizado aún más en el individualismo nihilista. Unos Derechos Humanos, estos con los que nos hacen comulgar, que se han ido deshumanizando desde la declaración de 1948 en que se consideraban inspirados los derechos naturales que se dirimían del hombre, su naturaleza y su dignidad. Han ido evolucionando según la interpretación de un minúsculo grupo de personas a las que no se las puede ni toser, cuyos Derechos Humanos no hacen más que reafirmar el relativismo existencial, que como tal sostiene y defiende derechos antinaturales, no tanto por lo que son -que en muchos casos lo son- sino porque rechazan por principio los naturales.

En ese vaciado de la dignidad del ser humano, se espera y se quiere que la auténtica religión no intervenga en la constitución evolutiva de la sociedad y de esa forma, si se nos priva de alguna forma de ese derecho humano, que es la religiosidad, la sociedad anda descaminada, sin moral y a expensas de la sinrazón, solo viviendo el día a día y según me vaya bien o mal. Un relativismo aplastante que solo encuentra sustento en esto que llamamos nuevas religiones. Si no tenemos una moral cierta que nos guie en una dirección superior a nosotros mismos, y nos quedamos solo en un plano horizontal donde todo vale, cualquier frase bonita, incluso sin comprender el sentido, o sinsentido, la asumiremos incluso como propia, porque es precisamente la moral cristiana la que nos hace ser críticos con el mundo que nos rodea, nos hace preguntas que nos obliga a contestar y así buscar en nosotros el porqué de las cosas y si no somos capaces de encontrarlas en nuestra vida finita, nuestra experiencia limitada, nos lleva a buscar a Dios, el ser superior, nuestro creador que sabrá respondernos.

Es precisamente la moral cristiana la que nos hace ser críticos con el mundo que nos rodea, nos hace preguntas que nos obliga a contestar y así buscar en nosotros el porqué de las cosas

Ese derecho natural que es profesar, pensar y vivir una religión, reclama de manera constante su parcelita en la conformación de la persona. Como a falta de café siempre nos queda algo de achicoria, es decir, a falta de un Dios que trasciende en nosotros y en los demás por Él, buscamos trascender en aquello que nos rodea, aquello que se muestra omnipotente respecto a nosotros, aquello que es bello y sobre lo que no hemos sido nosotros los creadores, sino meros administradores. Aquello es la naturaleza con toda su dimensión, con todo lo que recibimos gratis de ella y con todo lo que podemos aportar, aunque nos cueste un sacrificio, incluso, hasta la muerte. En esta línea, Benedicto XVI escribió Vida humana y ecología (Palabra) que quizá cuando se publicó (2013) muchos tacharon al Papa de exagerado y de sacar los pies del tiesto. Por eso mismo es buen momento de leerlo, o releerlo, para ver quién desbarra más seis años después.

La súper diosa posmoderna es la Madre Naturaleza, que por feminista se la otorga el empoderamiento apropiado y la capacidad de humillar nuestra inteligencia, nuestra fuerza, nuestras súplicas. Una muchedumbre animalista y ecologista la adora hasta el punto de anonadarse. Son hordas de feligreses de carácter pacifista pero que en pro de defender la divinidad terrena, están dispuestos a morir y también a matar por un toro, un burro o si las vacas han dado su permiso para ser ordeñadas. Una religión con mantras que la hace más sacrosanta y sirven de flagelo constante en nuestras consciencias obligándonos a callar a los que no profesamos su fe. Primero fue el agujero de ozono, luego la desertización de Europa, después el cambio climático y ahora los mares llenos de plásticos... ¿Qué profecía apocalíptica vendrá después? Cualquiera que encumbre en la jerarquía del pensamiento medio y que sea capaz de justificar miles de euros para investigar el comportamiento de la almeja y a su vez ver que el aborto humano es un derecho exigido y exigible, porque como ya hemos dicho la raza humana no es más que otra en el arbitrio de la naturaleza: mosca, ratón, caballo, delfín... humano, todos en un mismo plano.

Llegará cualquier profecía apocalíptica que sea capaz de justificar miles de euros para investigar el comportamiento de la almeja y a su vez ver que el aborto humano es un derecho exigido y exigible

Y como siempre el problema está en el fondo de cada uno, y cada una, que no es otra que la falta de sentido trascendente en nuestras vidas. El sentido trascendente es aquel que nos provee de responsabilidad y en orden jerárquico, comenzando por Dios, que es quien nos lo provee, pues no hemos de olvidar que estamos hechos a Su imagen y semejanza. Y es tan importante este punto de la trascendencia que no habría conflicto entre fe, razón o ciencia, no existiría, de hecho no existe, excepto en los que quieren provocarlo y discutirlo con mala fe, porque si tuvieran buena fe, es decir, deseos de conocer y saber, leerían por ejemplo Fronteras del Conocimiento. Ciencia, Filosofía y Religión (Sekotia) de Carlos Alberto Marmelada, un experto en evolucionismo y que posiblemente ayudará a muchos a poner orden en la jerarquía de su razón de ser. Verían que la naturaleza es el plano necesario donde desarrollar nuestra vida terrenal, pero que nos debemos a un fin superior. Que la tierra no es un lugar ni igual ni peor que nosotros, sino un bien dado para administrar con amor, con cuidado, con generosidad. Que no podemos caer en maniqueísmos ecologistas de buenos y malos, derechas o izquierdas. Que la naturaleza no es un dios, ni la Tierra es la Madre de nada ni de nadie, sino el lugar de encuentro de todos, porque en algún sitio debió ponernos el Señor.

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