Stephanie Clifford, más conocida como 'Stormy Daniels', no solo es una actriz porno, es una prostituta, dos profesiones que resultan perfectamente compatibles. Ningún desprecio, porque recuerden que las prostitutas pueden precedernos en el Reino de los Cielos y, también, que los pecados más graves no son de lascivia sino de soberbia. Pero es que, en el presente caso, la soberbia corre más rápido por la vía Daniels que por la vía Trump.

Y es que lujuria y orgullo no son incompatibles. La señora Clifford ha exhalado que ha vencido a Donald Trump: "El Rey ha sido destronado, ya no es intocable". Supuesto y no admitido que los gringos piensen igual, incluso considerando su puritanismo ancestral, sorprende que tormenta de güisqui se enorgullezca de ello. Una actriz porno que se acuesta por dinero con un millonario (a lo mejor le amaba), que luego le chantajea para conseguir dinero a cambio de su silencio (¿la discreción no era la única virtud de una prostituta?) y finalmente pretende que vaya a la cárcel acusándole de soborno, no sólo está pecando contra el sexto mandamiento, sino también contra el quinto, contra el séptimo y contra el octavo. 

Sí, es cierto que los pecados de soberbia son mucho más graves que los de lascivia pero es que, en este caso, Stephanie Clifford aúna impureza, rencor y soberbia. Donald Trump es un rijoso más humilde que la orgullosa 'Stormy'

Una pregunta: ¿Hay más soberbia en el poderoso que en el que lamina al poderoso para ser más poderoso que el poderoso? Yo creo que no.

Donald Trump ha sido un rijoso, lo cual es condenable, pero es un ejemplo señero de aquel ensayo genial del filósofo Jacinto Choza, titulado 'Elogio de los grandes sinvergüenzas'. En él, el autor compara los casos de Felipe II de España y de Enrique VIII de Inglaterra, para concluir que lo de Felipe II era mucho mejor y las consecuencias de sus actos recaían, ante todo, sobre él. Se acostaba con las damas más bellas de la corte aprovechándose de su título de Rey, sí, pero no hacía como el soberbio de Enrique VIII, quien se acostaba con Ana Bolena pero exigía al Papa que bendijera su adulterio y, como el Papa se negó, "hizo pasar por las sábanas de su cama las conciencias de todos los ingleses", les condenó al cisma anglicano con las consecuencias, a lo largo de 500 años, que todos conocemos.  

Pero, miren por dónde, la mentalidad progre de hoy considera que Felipe II era un lascivo hipócrita que pasaba por ser su Majestad Católica cuando en realidad se dedicaba a beneficiarse a todas las bellezas de la Corte de España. Bueno, al menos a las que se dejaban. Por contra, siempre esa misma versión progre, Enrique VIII era un tipo coherente que se hacía el siguiente argumento, viva imagen del pecado de soberbia: si yo quiero beneficiarme a la Bolena, justamente yo, con muy altas razones de estado, además, es señal evidente de que lo que le pido al Papa, el divorcio de Catalina de Aragón, es cosa bonísima y él debe bendecirlo. Y como no lo acepta ni bendice... pues saco a la Iglesia de Inglaterra de la Iglesia de Roma. Es más, además de Rey, desde ahora seré Papa. Felipe II era impuro, Enrique VIII era impuro y puritano: lo primero es menos grave.

El orgullo siempre acaba en homicidio, la liviandad, sólo en drama. Y como dijo Lola Flores: "Yo, de la carne, he 'pecao' lo normá"

Y ya sabemos cómo acabó todo aquello, como acaba siempre el orgullo; en una ristra de homicidios. La lascivia no, suele terminar en unos dramones inconmensurables pero insisto: los pecados de la carne resultan menos graves que los de soberbia. O como dijo Lola Flores: "Yo, de la carne, he pecado 'lo normá’". Nuestra Lola era persona humilde.

Doña Stormy se está vengando de Trump, y la venganza es para ella un placer más positivo que el dinero que consiguió en un pasado de Donald Trump. Al igual que Corinna Larsen con Juan Carlos I, Stefanie Clifford busca ahora algo más que venganza y poder, un placer muy superior al de la deshonestidad, sobre todo para una actriz pornográfica que, por definición tienen una carrera no mucho más larga que la de un futbolista profesional.

Trump ha sido infiel a su mujer y ha practicado la poligamia sucesiva, como llaman los islámicos al divorcio. Ahora bien, ha seguido fiel a sus principios. Por contra la señora Clifford ha pasado de vender su cuerpo por dinero -poca cosa- a un periodo postventa de su edificante vida anterior rentabilizada en rencor, venganza y poder, que es mucho más inmortal: yo tumbé al presidente de los Estados Unidos. Naturalmente, Joe Biden ha corrido, presuroso, a defenderla: no dice nada, que este señor de Massachusetts no le gusta ensuciarse las manos antes de comer (igualito que los fariseos) pero no hace ascos a que se destroce la vida de su rival político, por medio de una pelandrusca rencorosa.

Con lo que concluyo que Donald Trump es un sinvergüenza auténtico: Stormy Daniels y Joe Biden son dos auténticos sinvergüenzas. Servidor, en seguimiento de Jacinto Choza me quedo con el primero. Se lo confieso: cada día me caen mejor los golfos sinceros y peor los soberbios hipócritas.