Acabamos de vivir el Miércoles de Ceniza. Puerta angosta -recomendada por el mismísimo Cristo- que nos lleva a la Cuaresma, que nos lleva a visitar el corazón, cada uno al nuestro, al que debemos reflejar en el espejo real de la imagen de Cristo. Muchos cristianos vivimos estas fechas con la seguridad de estar haciendo algo bueno para nuestras vidas, porque además es verdad. Es muy bueno darnos un paseo por la conciencia y ver cómo estamos de distanciados de Dios y lo que pide de nosotros, que es lo de siempre, ser santos. ¿Qué usted no es usted creyente? Pues se lo digo de otra forma: es de sabios darnos un paseo por la conciencia y ver cómo estamos de distanciados de los demás hombres; para el caso es lo mismo, porque todos estamos hechos a imagen y semejanza de Dios.

La Cuaresma no supone que nuestra vida, nuestro quehacer diario cambie, de hecho seguiremos trabajando igual, conviviendo con las mismas personas, sometidos al mismo horario y con los mismos problemas casi seguro. Porque si algo debe cambiar en eso que llamamos nuestra vida, es el cambio interior. Se trata de un acto de conversión, un momento en el día a día que nos lleve a pedir perdón, dar gracias a Dios y ayuda para estar a la altura de las circunstancias que espera de nosotros. ¿Y en qué debemos cambiar, a qué convertirnos, vaya? Pues en primer lugar a nosotros respecto a Dios trinitario, en concreto a Dios Padre que nos acoge y nos espera como al hijo pródigo que somos todos. A Dios Hijo, que anduvo primero delante de nosotros, que marcó con claridad la ruta y avisó que no sería fácil, ni cómodo, ni tan siquiera por ser buenos tener más fortuna que los malos; y para que no nos quedara ninguna duda, le pasó lo que le pasó desde que naciera allá en Belén hasta su muerte... "y muerte de cruz" como nos recuerda san Pablo. A Dios Espíritu Santo, que es dador de Vida, al que debemos encomendarnos y pedirle en confianza que nos ayude a vernos cómo somos, no como nos gustaría ser.

Veamos en la Cuaresma la mirada de Cristo pidiéndonos que pidamos perdón y perdonemos, quizá el acto más sublime, heroico, de un cristiano

La Cuaresma viene a ser el fitness de nuestra vida interior para que cuando lleguemos a la Pasión podamos vivirla con el dolor de corazón oportuno. Para que podamos ver en nuestros actos de piedad y devoción, en nuestras costumbres cristianas como las procesiones, algo más allá que meras bonitas tradiciones. Para que veamos la mirada de Cristo pidiéndonos que pidamos perdón y perdonemos, quizá el acto más sublime, heroico, de un cristiano de a pie dispuesto a darse a los demás por Dios. ¡Y tenemos tanto dónde reparar! La familia: los padres, el matrimonio, los hijos... En el trabajo: nuestras relaciones limpias, nuestros tratos profesionales, la moralidad de los acuerdos... En la vida social: las murmuraciones, la verdadera amistad, nuestras conversaciones, nuestros actos y las omisiones... Y con Dios, en definitiva, la base de lo demás. San Agustín decía que ama y haz lo que quieras, una frase profunda y de trascendencia brutal que muchos han cogido como al rábano por las hojas, y se han quedado con lo de haz lo que quieras y se han olvidado del amor, o peor, se creen que deben ser amados sin corresponder.

Hagamos este ejercicio de oración, penitencia y limosna que nos han recordado el miércoles pasado, porque cuando una sociedad cambia es porque los corazones de los hombres cambian. Solo hay que mirar el mundo en el que vivimos, legislado hasta en el número de veces que un operario puede ir al servicio en sus horas de trabajo, se legisla hasta lo ilegislable, se rompen familias y se matan vidas todavía uterinas con toda seguridad jurídica y sin embargo el mundo es caótico, agresivo, pendenciero, odia con fuerza y se suspira por el ojo por ojo y no por la justicia que armonice a hombres y mujeres. Cambiemos los que queremos cambiar al mundo con la vista puesta en la Gloria que ha de llegar.

Una de las prácticas clásicas en estos tiempos, además de confesarse y marcarse alguna pequeña mortificación, es la de algún libro piadoso que nos ayude a comprender más el corazón de Cristo, y eso, vamos a tratar de resolverlo ahora.

Jonas, las 70 caras del profeta (Grafite) Emiliano Jiménez Hernández. Jonás es el profeta que más ha sido estudiado y referenciado por los grandes padres, y por el mismo Cristo. Un aporte de sabiduría y profundidad en la que todos estamos reflejados. Nuestras dudas, nuestras huidas, nuestros momentos de oscuridad y los brillos de la luz. Sin duda una interesantísima obra que nos ayudará, y mucho, a descubrirnos en Él.

La agonía de Cristo (Sekotia) Santo Tomás Moro. Acercarse al clásico de estos tiempos es acertar de lleno. Tomás Moro lo escribió desde el torreón, esperando a que Enrique VIII tomara una decisión sobre su vida, tratando de chantajearle con el dolor, el miedo, la hambruna de su familia y la pobreza en la que quedaron todos los suyos. Es un recorrido por la oración de este valiente santo que nos pondrá frente al dolor de la Pasión, posiblemente nuestras propias dolencias, incomprensiones y los problemas del hombre actual, para darnos cuenta de que todo está allí, en la misma Cruz de Cristo, gimiendo y muriendo con Él. Sin duda, un libro que hay que leer y releer a menudo.

Via Crucis, Via Lucis (Buena Nueva) Juan Ignacio Echegaray. Se trata de una mirada por la vida interior de la santa hebrea y cristiana martirizada en Auschwitz, Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein). Ella ha dejado constancia de su mundo interior en cartas, escritos espirituales, obras como La Ciencia de la Cruz y, especialmente, en algunos rasgos autobiográficos escritos durante su experiencia monástica como carmelita. Puede parecer que nos salimos del tema con esta recomendación, sin embargo, creo que una judía, convertida, carmelita y mártir, puede decirnos mucho de cómo vivir la contradicción.

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