Los lectores se deben preguntar cuántos artículos de opinión, editoriales y análisis se llevan publicando en España en torno a la corrupción. Esta patología política y social que devora poco a poco la esencia de la convivencia, el régimen de las libertades y la justicia, al paso que va, aspira a convertirse en el “holocausto silencioso de la democracia”.

Si los holocaustos se caracterizan por la destrucción sistemática de una etnia, grupo o ideal, la corrupción está destruyendo la democracia a marchas forzadas al minar sus cimientos. Porque todo acto abusivo, corrupto, soborno, desvío de fondos, embuste, injerencia en la división de los poderes, cohecho, prevaricación o lucro ilícito sin respuesta tajante es un golpe de cincel a los principios democráticos.

La corrupción que nos asola tiene un impacto destructivo como una bomba aunque en ocasiones pase desapercibida para una parte de la opinión pública y grupos mediáticos  porque operan en la sombra, con transacciones ocultas y  cómplices que callan a cambio de oscuros intereses hasta que los pillan.

Para presumir Pedro Sánchez de ser el gobierno de la transparencia, nunca antes se habían ocultado tantos affaires y escándalos: la visita prohibida de Delcy, sus maletas secretas, el anuncio del Sahara, los acuerdos con Marruecos y todas las dádivas al régimen dictatorial de Mohamed VI, los  rescates de PlusUltra y Air Europa, los pactos con los golpistas, las cesiones a los indepes, el sustento de Puigdemont,  los indultos y la auto- amnistía, próximamente el referéndum, el reparto sospecho de los fondos europeos,  la censura en Exteriores,  la presunta financiación ilegal del partido, la DANA, el super-apagón, el caos de los servicios públicos, el papel de ZP, las encuestas del CIS,  o el repoker de ases en el ya llamado “caso PSOE”. 

Si un holocusto provoca víctimas humanas, las bajas de la corrupción suman lentamente una agonía silenciosa por robar el bienestar, el futuro, la vida por negación de ayudas y la salud mental de los españoles. Crea verdadera ira que mientras los corruptos se lo llevan crudo (algunos indultados por hacienda y el gobierno con el dinero a buen recaudo en el extranjero o/y en el partido) otros como los contribuyentes normales, los autónomos y las micropymes que son los que levantan el país han de velar por cada euro ganado honradamente mientras  tributan al fisco con cada vez más impuestos. 

Los impuestos no financian al estado de bienestar como se dice sino los bolsillos de unos delincuentes amparados por los estamentos estatales  y/o el aparato de un partido.  

Por eso ese holocausto o exterminio de la igualdad y estado de derecho se merece la misma urgencia que cuando se aborda una emergencia o una amenaza directa. Sin embargo, tanto que los corruptos 

Apelan al voto útil (por ejemplo para deslegitimar una corriente contraria conservadora), la confianza de la sociedad civil disminuye, las instituciones se debilitan y la democracia pierde su capacidad de legitimidad, volviéndose inoperante y vulnerable.

Según Susan Rose-Ackerman, una  de las investigadoras norteamericana más influyentes sobre la economía de la corrupción, sin referirse a España expresamente, sostiene lo que muchos pensamos: que la corrupción distorsiona las decisiones de políticas públicas, asigna recursos de manera ineficiente y socava la legitimidad del Estado y sus instituciones.

Para el politólogo Fareed Zakaria, autor de: "The Rise of Illiberal Democracy" (El ascenso de la Democracia iliberal), la corrupción es la causa de esta "democracia iliberal"  (ausente) que erosiona y descompone silenciosamente los valores democráticos. 

En una democracia iliberal, el poder suele concentrarse en un líder o partido que utiliza mecanismos democráticos para legitimarse, pero restringe las libertades civiles, controla los medios de comunicación, limita la independencia judicial y debilita las instituciones democráticas.

Podríamos decir en consecuencia que los corruptos y sus cómplices en España son los promotores de esa misma democracia iliberal así como del exterminio democrático que vivimos en la actualidad. España comparte así honor con otras “democracias” que han concentrado el poder absoluto sobre una mano controladora del legislativo, ejecutivo, judicial y mediático como son la Turquía de Recep Tayyip Erdoğan y la Rusia de Vladimir Putin.  Sánchez no podía aspirar a menos, de ahí sus desaires al monarca Felipe VI (no sólo protocolarios)  y los abusos a la división de poderes. 

La organización Transparencia Internacional (TI) no se cansa de argumentar en sus informes anuales  que la corrupción degrada la democracia, fomenta la impunidad y conlleva a un desgaste crónico del sistema de libertades. En su último informe del 2024, España desciende 10 posiciones  en el índice de percepción de la corrupción. Por aquí -por mucho que digan- no podemos sacar pecho. 

Lo más espeluznante es que los holocaustos no son obra de un solo actor. Sino que cuentan con la complicidad de muchas voces y manos que bucean y surfean la degradación de España con interés fijo. Como dicen los corruptos enamorados enganchados a la catenaria: “Hoy más que ayer y menos que mañana”.