Las técnicas de depravación son sutiles y se toman su tiempo. Ya no se usan bombas en la guerra ni dictaduras soviéticas en la sociedad. Es más efectiva la marginación del enemigo en los mercados geopolíticos y que la democracia liberal decida qué es verdad y qué es mentira por consenso. Estamos hablando de una especie de religión laica que castiga a los malos -que no se alinean con el pensamiento hegemónico- y premia a los buenos -que se aborregan sin discutir-.

Sin duda estamos viviendo una vez más uno de esos planos inclinados que convierten el rechazo de la conciencia en una aceptación social. Hablo de la pedofilia y su normalización, que terminará siendo una ley más que protegerá a aquellos que desean tener relaciones sexuales con menores o, como Agustín Laje ha denominado, relaciones intergeneracionales. Las leyes que promocionan y protegen la cultura de la muerte siempre hacen uso de la misma técnica. Se inicia con un planteamiento sentimental anulando la razón y se termina convirtiéndolo en un derecho que cancela el debate.

Recordarán que la ley del aborto, en aquellos lejanos años 80, se planteó en la calle como los tres supuestos imposibles de soportar para la vida de una mujer: malformación del feto, situación económica ruinosa y daños psicológicos para la gestante. Hoy en día, y con la última ley, es casi un derecho exigible porque yo lo valgo y, además, desde los 16 años sin que los padres den el visto bueno. Sin ir más lejos, miren lo que ha sucedido con el aborto en Castilla y León (¡y eso que decían que el debate sobre el aborto estaba cerrado!).

Si eres viejo y con gripe, te receto la eutanasia; si eres joven y depresivo, también. Todo vale para pasar por el maldito goteo

También, si hacen memoria, en el primer intento de la ley de eutanasia lanzaron una película sentimentaloide anulando la razón, Mar adentro, para que la sociedad comprendiera que el individuo toma la decisión última de vivir. Hoy es una ley con ciertos pruritos legales que aparentemente ordenan hacia la justicia, pero sabemos que en los países donde se aplica desde hace años, se ha convertido en la prueba del algodón definitiva: si eres viejo y con gripe, te receto la eutanasia; si eres joven y depresivo, también. Todo vale para pasar por el maldito goteo.

Asimismo, pero a otro nivel, están las leyes homosexualistas, que buscan igualdad entre unos y otros pero solo privilegian a una parte. Hasta que se aprobara la mal llamada ley del matrimonio homosexual, después de años adoctrinando desde los medios de comunicación, el cine y la búsqueda del escándalo con ejemplos de homofobia sacados de cualquier otra Historias del Kronen. Nadie se planteaba algo así, porque no había ni demanda, y de hecho cuando la ley lo permitió el número de bodas fue ínfimo.

Lo último, la ley trans. Otro problema que se presentó a la sociedad con el no menos famoso debate de “algunos niños tienen vagina, y algunas niñas tienen pene”, asaltando los medios de comunicación con el desconocido palabro disforia de género. También en este caso el adoctrinamiento hizo uso de los niños para enternecer a los despistados más sensibles o a los tránsfobos más incorregibles. Para que luego se haya convertido en el coladero de una minoría de personas y que, con ciertos privilegios socio-laborales, se rompa la igualdad ante la ley.

Los medios de comunicación han puesto en marcha la maquinaria y surgen periodistas y escritores que tratan de justificar -todavía no se atreven a defender abiertamente- la pedofilia, es decir, la excitación o el placer sexual que obtiene una persona adulta al llevar a cabo actividades o al tener fantasías sexuales con niños menores

Como decía al principio, ahora nos encontramos ante la nueva afrenta de la perversión: la pedofilia. Si usted es de los que cree que esto jamás saldrá adelante, se equivocará seguramente como tantos otros lo hicieron unos pocos años antes de la aprobación del aborto, el homonomio o la eutanasia. Estamos aterrizando poco a poco en el debate. Los medios de comunicación han puesto en marcha la maquinaria y surgen periodistas y escritores que tratan de justificar -todavía no se atreven a defender abiertamente- la pedofilia. Primero fue aquello de «…los niños, las niñas y los niñes de este país tienen derecho a tener relaciones sexuales con quien les dé la gana…», según declaración indignadísima de la señora Irene Montero. Aquello no fue un desliz. No fue un calentón podemita. Fue la antesala de lo que debería llegar tres meses después y por sorpresa, la aberrante serie Escándalo, que, cómo no, trata de generar debate a favor de la intención del nuevo avance progresista, que una vez más batalla contra la antropología natural del ser humano. Leemos en la frase de la ministra que solo habla de derechos de niños, es decir, de menores, no de adultos... Y vemos en la serie de turno que es una mujer la que violenta sexualmente a un menor. Niños y una mujer… Ambos casos reducen la agresividad del acto.

Pero claro, llegamos a la pregunta obligada: ¿quiénes son pedófilos…? Pues hombres maduros -muy raramente una mujer-, que sufren de paidofilia y pedofilia, que según las ciencias de la salud se usan para referirse a una parafilia (anteriormente conocida como perversión sexual y desviación sexual, es todo aquel patrón de comportamiento sexual vinculado con objetos, situaciones, actividades o individuos atípicos). La pedofilia consiste en la excitación o el placer sexual que obtiene una persona adulta al llevar a cabo actividades o al tener fantasías sexuales con niños menores, generalmente de entre 6 y 11 años.

Juan Soto Ivars, @juansotoivars en su cuenta de Twitter, el 11 enero y con la ilusión de promocionar su artículo en defensa de la serie Escándalo, dice: «La ficción no le debe nada a la moral. La ficción es tan libre como represiva es la moral. Quienes consideran que la ficción debe ser moralizante me pueden chupar, ficticiamente, un huevo». Pues no majete, vas de filósofo subido de tono y no tienes ni idea, porque si la ficción estuviera por encima de todo, entonces la realidad no tendría sentido. Mientras este vendedor de humo habla de moralidad de actos, yo lo hago de depravaciones asumidas por la sociedad, por acomodamiento, cobardía o imposición legal.

ivars

Por último -nótese la ironía del comentario-, ¿qué vamos hacer con los pederastas de la Iglesia a la que se le ha perseguido y se han pagado millonarias indemnizaciones? ¿Se verán los estados y asociaciones de víctimas a pedir perdón a la Iglesia? ¿Tendrán que devolver el dinero las víctimas?

Control social e imaginarios en las teleseries actuales (Editorial UOC) de VV.AA. Si la mayor propagación de las ideas se hace desde los medios audiovisuales, contado en forma de historias, es decir, crean opinión desde la ficción, este libro es precisamente lo que necesitamos para conocer desde primera mano cómo se manipula al espectador. Se hace desde series emblemáticas que son magníficos botones de muestra para comprenderlo todo.

La gran manipulación (Esfera), de Jano García.  La manipulación de masas es un fenómeno que el poder político ha utilizado a lo largo de la historia. Nuestros tiempos no iban a ser una excepción, y la televisión, unida al fenómeno de las redes sociales y las masas de acoso, han conformado un tridente mortífero contra la verdad.

La muerte de la cultura cristiana (Homolegens), de John Senior. Este ensayo identifica los orígenes del colapso de nuestra civilización, la católica: el industrialismo deshumanizador, el desprecio de la filosofía realista, la sucia inmoralidad del modernismo, la autosuficiencia racionalista, la mentalidad científico-técnica. Sin embargo, el tono no es decadente ni se caracteriza por el pesimismo.