Hayek anima a los católicos a perseverar en los principios que él no puede entender pero que han servido de cimiento a nuestro mundo
Friedrich Hayek, el economista austriaco considerado uno de los máximos exponentes del liberalismo económico -o sea, un ultra para don Pedro Sánchez-, nació en el siglo XIX (1899) y murió en 1992. Se confesaba agnóstico y se supone que murió ateo, aunque eso nunca podremos saberlo, claro.
Pero don Federico no era antiteo, así que nos regaló un opúsculo, en una de sus últimas obras (La fatal arrogancia. Los errores del socialismo), titulado "La religión y los guardianes de la tradición", tan breve como jugoso. Porque Hayek era, para su desgracia, representante de ese club que en Hispanidad hemos denominado Cristianos sin Cristo, algo así como poseer lo mejor pero no poder disfrutarlo.
Lo que dice Hayek en ese opúsculo es que, sin las religiones monoteístas, especialmente sin el catolicismo, no sería posible entender ni la constitución ni la persistencia en el tiempo de la civilización occidental, la mayor y mejor construcción de la historia de la humanidad.
Hayek concluye de esta guisa: "En lo que a mí respecta, debo decir que me considero en igual medida incapacitado tanto para negar como para afirmar la existencia de ese Ser sobrenatural que otros denominan Dios. Admito que no entiendo lo que con este término se pretende expresar".
Pues bien, a pesar de ello, cristiano sin Cristo, Hayek anima a los católicos a perseverar en los principios que él no puede entender pero que han servido de cimiento a nuestro mundo, porque, concluye el maestro, "de esta cuestión puede depender la supervivencia de nuestra civilización".
Repito: capitalismo y liberalismo no son lo mismo. Repito también: el liberalismo económico, no sólo no es incompatible con la cosmovisión cristiana sino que, además, la defensa de la propiedad privada bien repartida constituye una de las claves de la Doctrina Social de la Iglesia, desde León XIII hasta 2024.
Es cierto que lo que conocemos como filosofía liberal choca de frente contra la doctrina cristiana: no es más que relativismo tontorrón. Ahora bien, la filosofía cristiana no disuena de políticas liberales económicas que aseguran la justicia social más allá de la trampa socialista, que no hace otra cosa que consagrar la vagancia y la injusticia.
Eso sí, no se engañen, no es posible ser cristiano sin Cristo, por mucha coherencia intelectual que le echen -que se la echan, es cierto- grandes pensadores de primera línea, como es el caso de Hayek. El cristianismo no es un qué, es un quién: Cristo.