Llevo un tiempo siguiendo a Juan Carlos Girauta, aproximadamente desde que abandonó su carrera política y se dedicó a la prensa y las redes sociales. Me ha sorprendido y asombrado... y para bien. En Ciudadanos parecía la voz del sentido común, sólo que hablaba poco. Tenía disciplina de partido. Incluso parecía un tanto perdido en esa jaula de grillos que era Cs.

Pero ahora tengo que hablar del 'asunto Girauta' por otra razón. Porque se ha convertido en un arquetipo y a los arquetipos siempre hay que prestarles atención.

Arquetipo de hombres inteligentes, hastiados de la estupidez progresista, sobre todo del ridículo de la ideología de género, de las exageraciones del cambio climático, de la estupidez animalista y del tenebroso mundo del transhumanismo. Eso para empezar. 

Gente que no parte de la deducción del dogma sino de la inducción del podrido mundo progre que, encima, pretende imponer criterios morales. 

Muchos de ellos ignoran que sólo hay dos tipos de personas: los dogmáticos que saben que lo son y los dogmáticos que no saben que lo son. Pero todos ellos son capaces de percibir el ridículo de la atmósfera cultural imperante... y por ahí no pasan.

Son cristianos sin Cristo, en un mundo que lleva casi 100 años regido por un modernismo que no pueda dar razón de la existencia, sólo llenar el ego de los torpes.

El modelo Girauta empieza a cundir: cabezas bien amuebladas que destripan la insustancialidad modernista, hoy llamada progre, que adoran la coherencia cristiana pero prescinden de Jesucristo o, al menos, corren el riesgo de hacerlo. Y ante eso sólo cabe la conversión a Dios o la desesperación del hombre.

Pero al menos, los Girauta se lo habrán planteado. Mejor eso que pasar por la vida como en un perpetuo sinsentido. O sea, como todo un progresista.

Atención a los girautas. Prometen.