Días atrás, martes 4 de mayo, el santoral festejaba a José María Rubio, conocido como el Padre Rubio, a caballo entre los siglos XIX y XX, jesuita ignaciano, cuyos restos mortales reposan en la iglesia madrileña de San Francisco de Borja. Su consejo más repetido era aquel de "Haz lo que Dios quiera y quiere lo que Dios hace", un buen resumen de la vida cristiana. Pero como uno es de Ventanielles, barrio bajo de la muy alta ciudad de Oviedo, le agrada más aquella otra historia en la que a unos graciosillos, que habían copado una casa con prostitutas, se les ocurrió una gracia buenísima: uno de ellos se metería en el catre con una meretriz y otro haría llamar al famoso jesuita Padre Rubio, bajo el reclamo de que había un moribundo necesitado de sus atenciones espirituales. La gran risotada estaba preparada.

Dicho y hecho, el Padre Rubio llegó, llamo a la puerta y enseguida le invitaron a entrar, pero ni tan siquie había atravesado el umbral cuando se detuvo y exclamó:

-Lo siento, ya ha muerto y ya nada puedo hacer por él. 

En vano intentaron convencerle de que el vivo estaba vivo hasta que alguien fue a la habitación y, en efecto, el guasón acababa de fallecer.

La persecución a la Iglesia en Occidente es blanca: todavía el sarcasmo impera sobre el garrote y el ninguneo sobre el exilio. Pero conviene defenderse ya... y prepararse para lo que pueda venir. 

Recuerden que nací en Ventanielles. Soy un experto en el "ya está ahí: coged las piedras".