Dos informaciones recientes han vuelto a poner encima de la mesa el debate sobre los límites de la ética en las investigaciones de laboratorio. 

Por una parte, una publicada por The Wall Street Journal asegura que el Departamento de Energía de Estados Unidos considera que el origen del COVID-19 “muy probablemente” se originó por una fuga en un laboratorio chino. La noticia es relevante por cuanto esta agencia controla una red de 17 laboratorios nacionales de ese país, algunos de los cuales llevan a cabo investigaciones biológicas avanzadas.

Eso sí: la información de The Wall Street Journal añade que el Departamento de Energía hace esta afirmación con “baja confianza”, en una escala de tres niveles de confianza: alto, moderado y bajo.

Por otra parte, el profesor Jeffrey Sachs, tras dos años presidiendo la comisión Covid de la revista médica The Lancet, ha dicho que está convencido de que el virus salió de un laboratorio estadounidense de biotecnología. Estas fueron sus palabras exactas: 

"Presidí la comisión de The Lancet durante dos años sobre Covid. Estoy bastante convencido de que salió de la biotecnología de nuestro laboratorio, no de la naturaleza, por mencionarlo después de 2 años de trabajo intensivo en esto. Así que es un error garrafal, en mi opinión, de la biotecnología, no un accidente de un desbordamiento natural. No lo sabemos con seguridad. Debo ser absolutamente claro. Pero hay suficiente evidencia de que debería ser investigado. Y no está siendo investigado, ni en los EEUU ni en ningún lado. Y creo que por razones reales no quieren entrar demasiado debajo de la alfombra".  

Sea cual sea la verdad, en el caso de que lo sea, entre ambas informaciones —si el virus se originó en un laboratorio de China o en uno de EEUU— lo que sí cabe concluir es que las investigaciones en laboratorio también deben someterse a la ética. No todo vale. Y se ha puesto de manifiesto en que desde que el virus se detectase por primera vez en Wuhan, China, en noviembre de 2019, se han producido casi 700 millones de casos y casi siete millones de muertes.

Esos siete millones de fallecimientos son razón suficiente para concluir lo mismo: no todo vale en las investigaciones de laboratorio si esas investigaciones —tengan la finalidad que tengan, y mucho peor si es una finalidad armamentística, pero también por una posible soberbia científica— ponen en riesgo la vida de seres humanos por una posible fuga de los virus con los que se está investigando.