La pachanga cientifista, como dice Juan Manuel de Prada, poco puede contra la libertad y, sobre todo, contra el hastío. Por eso, los científicos y los expertos, y demás sabios de la sociedad mediática, empiezan a desaparecer de nuestras vidas pandémicas, ya no salen tanto en los medios: ¡laus Deo! 

Ahora bien, el miedo al virus no desaparece todo. Los hay que se aferran al bozal, que aún siguen embozados, mientras los medios advierten que aún podría haber marcha atrás.

De otra forma, Santiago de la Torre no hubiera podido crear esa deliciosa viñeta sobre el mendigo sin mascarilla. Y es que el protagonismo de la pandemia ha justificado todo, también los fracasos políticos más innegables, como, sin ir más lejos, un confinamiento que arruinó la economía o el hecho de que España se sitúe a la cabeza.

Pero aún hay otra viñeta igualmente genial:  "No sé si creer las noticias falsas o las mentiras oficiales”. Porque esa es otra: el espíritu verificador, no es otra cosa que el viejo espíritu censor. Eso sí, ahora con ánimo de lucro. Y así, el Covid ha impuesto en la sociedad el principio de que discrepar de la propaganda oficial es negacionismo. Probablemente, una de las grandes victorias del progresismo imperante, una de las peores derrotas de la sanidad mental general.

Mientras, en China, origen del virus, Shanghai continúa cerrada y hasta sus habitantes hablan de trato inhumano. A pesar de que los chinos están acostumbrados a eso. No hay información porque hablamos de una tiranía feroz pero es que se trata de China, el país que exportó el virus a todo el planeta y, encima, ya estamos hablando de otro brote en Pekín. Y esto demuestra todo, porque China está en el origen y porque la letalidad de las nuevas cepas no puede compararse con la de abril de 2020. Es decir, que los partidarios de la gripalización del Covid, que hasta ahora eran catalogados como negacionsistas, van tomado peso. Sobre todo, argumentos.