Yo pensaba que en Madrid éramos miedicas pero asombrado me he quedado. En los últimos días he viajado por dos regiones españolas, la una ubicada en el norte, la otra al este... y me he quedado perplejo: todavía peor que en Madrid, más gente que no se atreve a quitarse la mascarilla.

Como dice el gráfico adjunto, hay un remedio contra el Covid: usar el cerebro. Yo añadiría: y el corazón.

La verdad es que no me extraña: la campaña del miedo continúa, Así, la Organización Mundial de la Salud (OMS) que como se sabe ha triunfado en su guerra contra el coronavirus, acaba de dar como posible (o sea, otra evidencia científica) que el ébola se expanda desde el Congo hacia el conjunto del planeta. Siempre he dicho que Tedros Adhanom es un alegrías.

En el entretanto, Margarita, nuestra alegre Margarita, nuestra alegría 'prêt-a-porter', nos advierte de que podrían obligarnos, otra vez, a ponernos el bozal. No es ella claro quien nos obligaría, pero, claro, como el miedo es libre, resulta que Margartia ya nos advierte de que alguien podría obligarnos a ponernos el tapabocas. Por ejemplo, ella misma. 

Seguimos sin saber por qué las vacunas llegaron antes que los antibióticos.

Por cierto, ante el temor a un rebrote cotidiano, la proposición de los expertos ha sido originalísima: más vacunas. 

Mismamente, cuando en Arizona arremeten contra el gran científico de cámara norteamericana, el ególatra de Anthony Fauci, por no haber promocionado el uso de fármacos que sí curaban, una de las claves del modo en que se ha afrontado el Covid: donde las vacunas para prevenir han llegado antes que los fármacos para curar.

Y todo lo anterior se resume en la frase que escucho a un corresponsal en Italia, para justificar el miedo de los italianos que aún supera al de los españoles: mantener las medidas restrictivas la libertad... mientras la pandemia no haya desaparecido de nuestra vidas. ¿Y quién ha dicho que algún día va a desaparecer del todo? Lo único que corre peligro de desaparecer son nuestras libertades.