Si hablas de virus chino eres un conspiranoide, pero sí dices que fue introducido subrepticiamente por los militares norteamericanos en Wuhan, es posible que te estés guiando por evidencias científicas. Y es que seguimos sin saber el origen del virus y quizás por eso desconocemos su final.

En otro orden de cosas, quizás ha llegado el momento de hacer balance extenso entre los resultados de vacunados y no vacunados, aunque resulte negacionista, considerando que negacionista es todo aquel que se atreva a formular preguntas sobre el enriquecimiento de los grandes laboratorios que, visto lo visto, parecían poseer la vacuna antes de que se expandiera el virus.

Y mientras, Joe Biden el vencedor de Kabul, exige la vacunación de sus funcionarios, en todo Occidente se ensaya la vacunación en niños. ¿De verdad no merecería la pena atentarse las ropas antes de vacunar a niños con unos jarabes de los que aún no conocemos sus efectos secundarios, sobre todo a largo plazo?

¿Vacunar a los niños? Eso sí que merece un debate previo, que no está siendo

¿Vacunar a los niños? Eso sí que merece un debate previo.

Ahora bien, en Europa el virus remite. Lo que no remite es, ni la histeria creada por el bicho, ni la melancolía, que se ha convertido en la marca de fábrica actual.

Con el miedo llego la histeria, con la histeria ha llegado la pesadumbre, la murria, la depresión, una melancolía vírica que constituye, a día de hoy, la parte más fea de la sociedad poscovid.

Y contra la melancolía vírica no hay vacuna.