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Es momento de hacer un planteamiento realista de los escenarios que enfrentará la nueva Administración Trump. Trataremos de ser objetivos y acercarnos a la realidad, con la intención de aportar claridad a quienes, desde los medios de comunicación, la política, los chiringuitos ideológicos y una masa social inflamada de miedo, han sido presa del terror inoculado lentamente por los poderes fácticos de los gobiernos socialdemócratas.
Tal como lo veo, Estados Unidos mantiene hoy la suficiencia de su poder imperial, sustentado en su estructura estatal, su economía y su masa social. No obstante, analizaremos círculos concéntricos de influencia como el propio Estados Unidos, Occidente y el resto del mundo.
Uno de los retos más importantes que enfrenta la nueva Administración es combatir la inflación, un factor que, en gran medida, fue determinante para su victoria electoral. La economía de Joe Biden, marcada por la incertidumbre, y la falta de propuestas concretas de Kamala Harris resultaron insuficientes para los votantes. En Estados Unidos, el bolsillo es sagrado. Los ciudadanos pagan pocos impuestos porque consideran que su futuro depende de ellos mismos, lo que los lleva a tomar decisiones radicales cuando perciben que los políticos no protegen sus ahorros, el trabajo o sus gastos diarios. Estos elementos son, para muchos estadounidenses, la base de su seguridad y bienestar a largo plazo.
Europa observa con cautela las políticas de “America First”. La implementación de nuevos aranceles y los problemas de abastecimiento energético generan inquietud. Europa, durante décadas, ha vivido de sí misma sin atender pilares fundamentales como las fronteras, la producción o la autosuficiencia energética, destruyendo sus propios recursos por políticamente climáticas, histéricas y desquiciadas. Ahora se encuentra dependiente de terceros países y vulnerable ante crisis externas. Esta dependencia ha debilitado su capacidad de reacción, dejando al continente en manos de sus proveedores sin herramientas suficientes para defenderse. Quizá nos ha llegado la hora de trabajar más y burocratizar menos. Centrarnos en el bien común y olvidarnos de que el dinero todo lo soluciona. Dar más libertad individual y menos intrusismo estatal.
Durante el mandato anterior de Donald Trump, Estados Unidos no inició nuevas guerras y abandonó conflictos existentes. En contraste, administraciones como la de Obama, pese a recibir el Nobel de la Paz en 2009, estuvieron involucradas en múltiples operaciones militares en Afganistán, Irak, Siria, Libia y otros países
En Iberoamérica, el panorama es diferente pero igualmente preocupante. Las políticas progresistas e indigenistas, lideradas por figuras como Manuel López Obrador, han fomentado una ruptura social que afecta a casi todos los países de la región. En algunos casos, como Venezuela, Nicaragua o Bolivia, se manifiesta en dictaduras disfrazadas de democracia; en otros, como Cuba, consolidado en un régimen dictatorial desde hace ya 60 años. La región necesita recuperar los valores que alguna vez la hicieron próspera: la cultura de la hispanidad, un idioma común y un acervo cultural y religioso podrían convertirla en un referente mundial.
En el ámbito internacional, destacan las tensiones bélicas, así como los desafíos que representan China y Rusia. Durante el mandato anterior de Donald Trump, Estados Unidos no inició nuevas guerras y abandonó conflictos existentes. En contraste, administraciones como la de Obama, pese a recibir el Nobel de la Paz en 2009, estuvieron involucradas en múltiples operaciones militares en Afganistán, Irak, Siria, Libia y otros países. Por su parte, Joe Biden dejó Afganistán en una caótica retirada que reabrió las puertas a los talibanes, mientras que las guerras en Ucrania e Israel han generado efectos devastadores.
Trump ha prometido resolver conflictos y parece tener una estrategia basada en relaciones personalizadas, lo que podría facilitar acuerdos bilaterales significativos. En cuanto a las potencias rivales, Estados Unidos, China y Rusia se enfrentan en un juego de poder donde cada imperio busca mantener sus intereses geoestratégicos. Sin embargo, Estados Unidos cuenta con una ventaja única: su capacidad de crear y aportar recursos gracias a sus fronteras abiertas.
El nuevo mandato de Trump llega con experiencia acumulada, buena y mala, y un plazo limitado. No podrá presentarse nuevamente, lo que le da una oportunidad única para centrarse en la pedagogía política y en la implementación de reformas estructurales. Su objetivo debe ser reconstruir la identidad del individuo, reagrupar a la sociedad y derogar leyes que han fracturado al país.
Las diferentes administraciones lideradas por los demócratas llevan décadas haciendo políticas progresistas, lo que ha llevado a ver por primera vez cómo EEUU se ha fracturado una y otra vez por culpa de una cultivada ideología woke, abortista, homosexualista y con políticas de género que no los llevaba a ninguna parte. Ahora toca reconstruir la identidad del individuo, reagrupar a la sociedad en un mismo objetivo común y derogar leyes malignas, cuando no perversas, que solo proveen de desidia y agresividad en la convivencia, con un futuro anegado de oscuridad como con las leyes trans, el aborto y la eutanasia, que desde la Casa Blanca demócrata catalogaban de derechos. Todos lo sabemos, no se pueden cambiar de un día para otro ni las leyes ni a la sociedad, pero sí se puede hacer ver a la sociedad los errores cometidos para que la demanda social sea quien desee cambiarlo.
El dicho es conocido: “Cuando Estados Unidos estornuda, el mundo se constipa”. Desde América, las modas, discursos y artes, especialmente el cine, han sido motores ideológicos globales. Si el país logra promover una visión más humana y solidaria, donde la razón prevalezca sobre el sentimentalismo extremo, el mundo podría recuperar el sentido común necesario para tomar mejores decisiones colectivas, será un legado que la historia no olvidará.
Ahora toca reconstruir la identidad del individuo, reagrupar a la sociedad en un mismo objetivo común y derogar leyes malignas, cuando no perversas, que solo proveen de desidia y agresividad en la convivencia, con un futuro anegado de oscuridad como con las leyes trans, el aborto y la eutanasia, que desde la Casa Blanca demócrata catalogaban de derechos
Los próximos años serán cruciales no solo para Estados Unidos, sino para el resto del mundo. Trump tiene el desafío de reconstruir su nación y reposicionar su liderazgo global, demostrando que es posible encontrar un equilibrio entre progreso, valores y libertad.
La cultura de la cancelación en Estados Unidos (Alianza Edt.), de Costanza Rizzacasa. El fenómeno de la “cancelación” es una manifestación que ha cobrado vuelo en los últimos años al calor de “guerras culturales” fruto de la polarización en EEUU apoyándose en unas premisas artificiales fundadas en la corrección política, amenaza no solo con silenciar o eliminar muchos de los elementos que integran la historia de la cultura, sino, lo que es peor, acabar reescribiéndola.
Israel: historia de una guerra permanente (Sekotia), de Eduardo Olier. Solucionar la guerra de Israel pasa por comprender la historia de Israel desde sus fundamentos bíblicos hasta nuestros días. Una tarea enorme que el autor ha sabido esclarecer en esta obra recién aparecida en el mercado ensayístico. Olier ya se ha pronunciado en varios trabajos dedicados a la geoeconomía y geoestrategia. Viene un futuro en el que necesitamos saber más que lo que nos cuentan en la televisión.
Historia del presente (Pinolia), de Manuel Montero. Un emocionante recorrido por los principales acontecimientos históricos desde mediados del siglo XX hasta nuestros días. Momentos como la Revolución china, la caída del comunismo soviético, la descolonización, los procesos revolucionarios en América Latina o la Primavera Árabe… La obra analiza cómo la globalización ha alterado por completo la forma en que nos relacionamos, tanto a nivel personal como geopolítico, y cómo la pandemia de la Covid-19 y la guerra de Ucrania han puesto en jaque nuestro modo de vida.