Durante el mes de noviembre, mes de los muertos, se han planteado las postrimerías y, pasado de la teoría a la práctica diaria, sobre si hay vida o no después de la muerte. Este tipo de conversaciones, alusiones y declaraciones suelen terminar con un "ojalá exista la vida eterna pero yo no sé qué ocurre después de la muerte". 

No había terminado noviembre cuando he escuchado la enternecedora historia de un prohombre público que acaba de dejar tirada a su esposa e hijos para liarse, arrejuntarse y arracimarse con otra señora que, por pura casualidad, tiene 25 años menos que él. He aquí su explicación:

-Claro, si Dios me hubiera dado la fe de mi esposa -la legítima- yo no me habría casado por segunda vez.

¿Comprenden? No sólo es que no tengo fe porque Dios no me la ha concedido sino que Dios es responsable, porque no me ha dado esa fe, de todas y cada una de las barbaridades que yo perpetro... por no haberme concedido la fe. Verbigracia: liarme con la jovencita que está mollar.

Probablemente, en toda la literatura y el periodismo contemporáneos, incluido el católico, hay una idea aceptada e incluso grabada a fuego, que ningún sensato se atrevería a atacar. Hela aquí: "Dios no me ha dado la fe, ergo no soy culpable de nada". 

Pero algunos somos muy insensatos y aunque reconocemos que las obras son requisito indispensable para la salvación y la sola fe no basta, como bien no sabía el tal tuitero, resulta que Cristo niega lo que parece ser un paradigma... yo creo que más bien una excusa, del hombre actual. 

Dice lo siguiente: "El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado" (Mc 16, 16). Sin entrar en el eterno problema de fe y obras, la frase evangélica cuando menos sí nos dice que el ateo es culpable porque el que no tiene fe es porque no le da la gana tenerla. Quizás no haya optado entre la fe y la increencia pero seguro que sí ha optado entre el bien y el mal. De hecho para perder la fe el método más rápido es ser un poco cabroncete. 

Así que la excusa de la falta de fe no cuela. Sobre todo si se trata de justificar que uno se ha liado con una jovencita.  

¡Ah!, la fe, como el perdón, es para el que lo pide.