El agradecido consigue lo de Chesterton: "Jamás se ha reído nadie en la vida como yo me reiré en la muerte"
El único consenso que existe en el Occidente actual es el pesimismo tristón, cuando no la desesperación. Wodehouse, quien era un cachondo mental pero no un cristiano, diría que falta 'joie de vivre'.
La patología actual es la depresión y la depresión es peor que la tristeza, porque no tiene una razón del alma sino de su concreción matemática, la mente. Y las matemáticas... tan sólo constituyen el segundo grado de abstracción.
No estamos agradecidos ni a la existencia ni a quien nos la ha proporcionado... y entonces es cuando aborrecemos la vida en lugar de disfrutarla. Y eso que la vida es formidable
Chesterton fue un maestro de vida pero también un maestro en sus últimos días y en su muerte, acaecida en 1938. Su último libro, su testamento intelectual, fue, precisamente, su Autobiografía, tarea morbosa, aseguraba él... pero también un despliegue de lo que caracterizó sus 62 años de existencia: la gratitud por estar vivo.
La filosofía de Chesterton hizo que viviera obsesionado por "la alegría" y se resume en una de sus últimas sentencias, en vísperas de su muerte, en 1938, con la que pretendía resumir toda su filosofía de vida: "Aceptar las cosas con gratitud y no como cosa debida".
Es esa filosofía que Francisco definiera con tres expresiones vitales: "Por favor", "perdón" y "gracias", las frases que más debemos repetir a lo largo de nuestra vida. Esta última, el agradecimiento -en especial, gratitud por existir- constituye la clave de bóveda del siglo XXI. No estamos agradecidos ni a la existencia ni a quien nos la ha proporcionado y entonces aborrecemos la vida en lugar de disfrutarla. Y eso que vivir es formidable. Ni qué decir tiene que aborrecer la vida es perfectamente compatible con un afán de supervivencia. La vida es una porquería, por supuesto, aunque resulta que sí, antes que morir prefiero sobrevivir, aunque haya vencido mi fecha de caducidad.
Eso sí, aborrecer la vida resulta compatible con un afán obsesivo por la supervivencia. La vida es una porquería, por supuesto, pero resulta que antes que morir prefiero sobrevivir a cualquier precio
Asegura Chesterton en esa autobiografía que consiguió envejecer sin aburrirse, lo cual me evoca afirmaciones de uno de sus grandes seguidores: Clive Lewis. Al menos recuerdo esta sentencia: "en materia de virtud, la experiencia es la madre de la ilusión".
Ahora piensen: vivimos en una sociedad de viejos, es decir, una sociedad de gente aburrida y tristona, a menudo deprimida. El anciano no tiene por qué ser triste pero la vejez sin esperanza en la vida eterna, por supuesto que es deprimente. Es como para suicidarse: futuro inexistente, pasado sin memoria y presente esforzado y dolorido. Como para tirarse por el balcón.
Todo empezó por la ingratitud, cimiento de los dos únicos pecados del hombre: el orgullo y la desesperación. Por contra, el agradecido consigue lo de Chesterton: "Jamás se ha reído nadie en la vida como yo me reiré en la muerte".