Como informamos unas pantallas más arriba, los eurodiputados progres entraron en el Europarlamento enarbolando pancartas donde se podía leer: Yo también soy maricón. En algunos casos ya lo sospechábamos, pero esto de la inculpación se ha rebelado un instrumento utilísimo en casos como el aborto y, además, como dicen los adolescentes, mola mazo. El presidente de la Cámara, José Borrell, en cuanto oye hablar de maricones se da por aludido, y esto no es ninguna suposición, sino sólo la constatación de que don José le encanta este tipo de campañas de tintes libertarios y agresivos.

Ahora bien, la algarada homosexual tiene detrás su pequeña doctrina. Ninguna campaña puede salir bien si no tiene una doctrina reducible a un eslogan, aunque se trate de una doctrina majadera. Así, el eslogan de la actual avalancha homosexual para hacernos a todos eurodiputados, es decir, según los pancarteros maricones, es el siguiente: es una opción sexual. Como todo tópico modernista, tiende a centrar la cuestión sobre la libertad, y no sobre la verdad. Esto es muy propio de la derecha política. De hecho, siempre me ha sorprendido la tendencia a la derecha de los movimientos homo. Su actual alianza con la socialdemocracia es una mera cuestión de oportunismo.

Vamos con lo de la opción y con la respuesta, apenas audible, de la gente con sentido común a la ofensiva gay. Me dice un moralista (los moralistas son como vaticanólogos: seres divertidos a los que conviene oír, pero nunca escuchar) que la homosexualidad no es pecado, lo que es pecado es el acto homosexual. Muy buena la frase y, sin duda, cierta, pero tremendamente equívoca. Es más, recalca lo de la opción, ese exquisito pensamiento de que unos nacen hetero como otros homo y que qué le vamos hacer, señora marquesa: Cest la vie.

Pues no. El problema de la homosexualidad es el problema eterno de las tendencias. Nadie nace homosexual. Lo que ocurre es que, por razones físicas y hormonales, así como por razones ambientales durante la niñez y la adolescencia, hay personas que sienten más tendencia sexual hacia personas de su propio sexo. Es más, yo diría que todos, alguna vez (salvo Juan Luis Cebrián, que así lo confesó en un libro-entrevista, encargado por él mismo), pueden haber sentido dicha tendencia, aunque mínimamente. Pero no es un hecho, sino una tendencia. Yo mismo, cuando ando por la calle, siento la tendencia a refocilarme con toda señora estupenda que pasa a mi lado, sólo que me aguanto las ganas por un sinfín de razones, entre ellas la de que me arree un sopapo. Mi irrefrenable tendencia a ser millonario no me hace asaltar bancos (y eso que el que roba a un ladrón). Las tendencias, en resumen, nunca son incontrolables, ni irrefrenables, ni irresistibles, salvo casos de enajenación mental.

Lo que nos lleva a concluir que la homosexualidad es, en efecto, una opción libre, sólo que una opción de lo más antinatural, patológica, aberrante y muy cochina. La libertad es el instrumento para ejercer el bien, pero no el objetivo del bien. El objetivo del bien es la verdad. Y si te equivocas con la verdad, entonces no eres libre. Y, qué curioso, el mundo gay no es nada gay.   

No, nadie nace homosexual, se hace. De la misma manera que nadie nace vago: se hace por no luchar contra la pereza. De la misma manera que Hitler no nació homicida: se hizo él solito, en uso de su libertad.

Eulogio López