El término "eugenesia" es un invento de Francis Galton, que no era un interior del Arsenal ni tenía nada que ver con David Beckham, salvo su misma nacionalidad. Galton era británico, tan británico que era primo de Charles Darwin –que no militaba ni en el Chelsea-. Galton recibió el aplauso entusiasta de su primo, cuando defendió "el mejoramiento de la humanidad", concepto que siempre me ha recordado lo de "el mejoramiento social de los humildes", del ilustre presidente del Gobierno de España en su sesión de investidura.

El mejoramiento de Galton consistía en promocionar a los seres humanos con "dotación genética superior", propiciando los cruces –entre varones y hembras, si ustedes me siguen- más adecuados. Darwin era un tipo tímido y sensible, si ustedes me siguen, y siempre se mostraba remiso a dar lo que podríamos llamar, "los pasos finales": no se atrevió a concluir sobe la evolución de la especie humana y no se atrevió a desarrollar hasta el final la idea, innata en su teoría, de racismo así supervivencia del más fuerte que conlleva se evolución. Prefirió esconderse bajo el concepto, suave como el algodón, de evolución de las especies… en su totalidad manifiesta.

Pero la familia tira mucho y cuado Sir Charles leyó las ideas de su primo no pudo por menos que dar rienda suelta a sus sentimientos, tanto tiempo maniatados y expresar que, en efecto, los miembros inferiores de la sociedad –bajitos, feos, tarados y negros en general- no deberían casarse, porque podrían reemplazar a los elementos más egregios del cuerpo social. Por ejemplo, los Darwin-Galton. Además, todos sabemos que a los precitados miembros inferiores siempre les da por el sexo. Los pobres son muy guarros y tienen poca imaginación para esto del erotismo, así que no hacen otra cosa que copular y parir, difundiendo de este modo la ignorancia, la pobreza y, lo que es peor, las necesidades sociales sufragadas con los impuestos de los pudientes.

A principios del siglo XX, la eugenesia contó con muchos entusiastas, especialmente entre las clases adineradas, cuyo erotismo es mucho más refinado, e incluso alcanza grandes cotas artísticas, como sabe cualquiera que vea "Aquí hay tomate". Incluso cuando el refinamiento alcanza las más altas cotas, pues se vuelven gays y se reduce el lamentable problema de la bomba demográfica.

Pero lo que se suele olvidar es que la alumna más aventajada de los primos Darwin-Galton fue la norteamericana Margaret Sanger. Sí, esa misma, la madre, y padre, que en esto de la ciencia hay mucho hermafrodita, del feminismo, pionera de los derechos de la mujer.

Doña Margaret, una señora distinguida, culta y sensible. No creó el partido Feminista, sino la Planned Parenthood, el origen mismo del control de natalidad, y que en el siglo XXI continúa siendo la principal organización abortera privada del mundo. Otra de sus obras es la revista –histórica publicación, a la que toda feminista debe acceder, con arrobo, como el fiel a la reliquia- The Birth Control Review. En 1919, Margaret -¡qué entereza de mujer!-, proclamó su gran aforismo: "Más niños para los aptos, menos para los no aptos", y ya, en éxtasis, remató la faena: "por una raza pura".

La señora Sanger era una mujer concienzuda, rigurosa. Quizás por ello, se vio obligada a aclarar el esquivo concepto de "apto". Disminuidos psíquicos, minusválidos físicos y, en general, "hebreos, eslavos, católicos y negros", supongo que por esa orden.

Naturalmente, como doña Margaret no tenía a mano píldoras, ni del día después ni tan siquiera del día anterior, se vio obligada promocionar la esterilización de todos los indeseables mencionados, o sea de los hediondos muertos de hambre... que no deja de ser lo mismo que hace hoy la ONU, pongamos en Perú. Era una liberal, claro está, por lo que no exigía el paredón para judíos, católicos y repugnantes negros: lo único que suplicaba es que les cortaran los éstos, o al menos las potenciales capacidades de los éstos, lo que vulgarmente se conoce como capar.

Pero tampoco era una morbosa, no se crean. La Planned Parenthood apoyó la genial idea de que las familias pidieran permiso para tener hijos de la misma forma -¡qué espléndida comparación!- que los inmigrantes debían solicitar visados (nuestro ZP diría "permisos de trabajo").

La labor de doña Margaret se vio coronda con el éxito, y así, la mitad de los estados norteamericanos establecieron, durante el periodo de entreguerras leyes que en la mayoría de los casos permitían la esterilización de deficientes, que por algo se empieza. No alcanzaron la de católicos, judíos y negros, pero estaban en ello. Todo ello gracias a los desvelos de la American Eugenics Society.

Por otra parte, ya en la década de los 30, doña Margaret quedó fascinada por las teorías de un jovencito austriaco muy prometedor, llamado Adolfo. Y así, científicos nazis comenzaron a publicar en la Birth Control Review, al tiempo que eminentes científicos de la American Birth Control League, otra de las creaciones de esta polifacética mujer, viajaban a la Alemania nazi para intercambiar experiencias.

Por cierto, que los científicos nazis continuaron profundizando en los planteamientos y llegaron más lejos que la Sanger, Por ejemplo, descubrieron que, para acabar con la semilla de los no aptos, por ejemplo los retrasados, se les puede cortar los éstos, sí, pero el trabajo no puede darse por completo, dado que el retrasado sigue vivo. Castrado, pero vivo. Así que, para ser coherentes –comprometidos, que le dicen- con la causa, los nazis dieron un paso más, y pasaron a la eutanasia: se cargaron a los susodichos no aptos. Benedicto XVI sabe mucho de eso, dado que las SS se llevaron a un primo suyo adolescente, a un colegio de internos. A las pocas semanas les comunicaron que, desgraciadamente, había sufrido un ataque de apendicitis y había muerto en el quirófano. La apendicitis causó estragos en la Alemania nazi, especialmente entre disminuidos, hebreos, católicos, gitanos, negros y demás inadaptados.

Pero seamos justos. Cuando se descubrió el pastel, terminada la II Guerra Mundial, doña Margaret, siempre atenta al ritmo de los tiempos, continuó abogando por el control de natalidad, ahora desde el feminismo. ¿No es lógico que las feministas adoren a esta mujer sin par?

En 100 años de feminismo –la datación no es mía sino del lobby feminista del PSOE, un nido de víboras de lo más peligroso- han cambiado los instrumentos –ahora matamos mucho más limpio- pero la raíz del feminismo y sus consecuencias han cambiado muy poco: odio a la vida, ensañamiento con el débil, repugnancia hacia la pobreza e insidia contra la vida terminal: como ahorita mismo. Lo peor es que el feminismo de doña Margaret odia tanto la vida que ha creado un mundo inhóspito para la mujer. La feminidad es vida, y no puede florecer en el feminismo, que odia la vida. Lo femenino es creación, el feminismo no es más que quejumbrosidad y destrucción.

Eulogio López