Entrado el mes de julio, el presidente estadounidense, Joe Biden, hablaba de los logros de su Administración en Afganistán y defendía sin tapujos que “hemos entrenado y equipado una fuerza militar afgana con 300.000 fuertes e increíbles tropas, mayor que la de muchos ejércitos de nuestros aliados de la OTAN”. Ni corto ni perezoso, el presidente llegaba a indicar que “los talibanes son solamente una milicia y no tomarán Afganistán”. Esto a la vez que refería la reducción de las tropas estadounidenses, y que junto al general Mark Milley engañara sobre el tamaño del ejército afgano

 

El pasado fin de semana, Biden aseguraba que, según la inteligencia de su país, los talibanes podrían tomar la capital afgana, Kabul, en un plazo de tres meses. Apenas horas después, Kabul caía en manos de los fanáticos islámicos.

Biden no tardó en afirmar la rendición incondicional estadounidense, pero, a diferencia de los grandes estadistas, no asumió su responsabilidad en lo ocurrido, sino que trató de responsabilizar a otros de su propio ridículo. Primero al expresidente Trump. Sobre esta cuestión, como recordó el diario The Wall Street Journal: “La declaración del presidente Biden, lavándose las manos sobre Afganistán, merece ser recordado como uno de los episodios más vergonzosos de la historia americana perpetrado por un comandante en jefe. Mientras los talibanes se acercaban a Kabul, Biden mandaba un mensaje de abandono por parte de EEUU, omitiendo su responsabilidad en los hechos, cargando la culpa en su predecesor y casi invitando a los talibanes a hacerse con el control del país”. En la misma línea, The Economist hablaba de “la debacle de Biden”.

Viendo que la atribución de responsabilidades a su predecesor no cobraba éxito alguno de credibilidad, Joe como gran estadista, buscó un nuevo chivo expiatorio. Y este fue el propio ejército afgano, al que acusó de “no querer luchar” y también descargó responsabilidades en el ejecutivo afgano al que culpó por su huida del país. Conviene recordar que, a medida que el avance talibán se extendía, muchas voces en EEUU, entre ellas el líder de los republicanos en el Senado, Mitch McConnell, exigieron a la Casa Blanca que ordenara a la fuerza aérea estadounidense que frenara el avance talibán. Joe no lo hizo y trató de justificar el desastre

Y el ridículo continúa. Ahora que Biden asegura que la misión de EEUU es sacar a todos sus ciudadanos de Afganistán, el portavoz del Pentágono afirma que “no sabe cuántos ciudadanos estadounidenses siguen en el país”.

Pero Biden ha dado un paso más y ha sugerido la posibilidad de reconocer un gobierno talibán en Afganistán si “defiende los derechos humanos y rechaza a los terroristas”. Tiene pinta de que los talibanes, terroristas islámicos, perpetradores de lapidaciones y toda clase de masacres, van a respetar los derechos humanos. ¡Bravo Joe!

La cobardía de Biden está siendo apreciada en los lugares más inesperados. Incluso en el propio Parlamento Británico, donde el diputado Tom Tugendhat, veterano que sirvió en Afganistán, ha señalado que Biden “no solo está rindiéndose y abandonando un país, sino también despreciando el sacrificio que mis colegas hicieron allí”. Una actitud cobarde que recuerda al ocaso de EEUU en Vietnam.

La crisis de Afganistán ha puesto de relieve que Biden es el espejo de la decadencia occidental. Un hombre sin principios y lleno de vacuo progresismo que conduce a la nada. Un católico progresista que se ríe de su propia fe, débil con el fuerte y fuerte con el débil. El mismo hombre que insulta a los gobernadores republicanos que se niegan a aceptar la dictadura del NOM bajo el pretexto de la pandemia, pero que agacha la cerviz frente a la China comunista y al islamismo radical. Una nulidad como líder que avoca a EEUU al desastre. Los cuatro años de presidencia de Trump paralizaron la degeneración progresista de EEUU, que ahora con Biden cobra fuerza de nuevo. Con Biden en la Casa Blanca, el ocaso del imperio americano deviene inevitable.