En 1940, Charles de Gaulle era un don nadie. Estaba en Londres, al frente de una Francia sin Estado, perseguido por la Francia oficial, al casi mando de un ejército recluido en las colonias francesas y muy inferior al de la metrópoli. Frente a él, la Francia del mariscal Petain, el héroe galo de la I Guerra Mundial, que había logrado salvar un simulacro de Gobierno frente a los ocupadores nazis de Francia, los que en realidad mandaban.

Lo peor: desde Washington, aconsejaban a Winston Churchill que se librara de aquel payaso que pretendía representar a la Francia Libre y que sólo serviría para echar al Régimen de Vichy en manos del ejército de Hitler. Como si Hitler contara con el ejército francés para expandirse. 

Afortunadamente Churchill no cedió, porque don Winston, un caballero a título personal bastante impresentable, sabía mirar el presente como hay que mirarlo: a partir del pasado y sin torcer el futuro. Sabía que De Gaulle representaba la pervivencia de Francia, porque tenía identidad francesa y sobre todo, convicciones francesas. Los gringos, sin embargo, no se habían percatado que la Francia de Vichy nunca iba a ser aliado de Francia.

Putin está convencido de que todo lo que vale la pena tiene un precio y de que vale quien sirve, dos principios que el Occidente católico ha olvidado

Y así, y a pesar de la fracasada primera operación anglo-francesa para tomar la capital del Senegal, Dakar, en 1940, Churchill siguió confiando en quien nada le aportaba en su lucha frente a los nazis... salvo una solución futura para Francia cuando la guerra hubiese terminado. Y Churchill sabía que la Europa libre no podía hacerse con Francia.

Pues bien, Joe Biden no es Churchill, se lo aseguro. Yayoyou vuelve a repetir con Putin el error de Franklin Delano Roosevelt con De Gaulle. Sí, ya sé que Putin es menos católico que De Gaulle, y nunca se sabe si ama más a la madre Rusia panteísta que a Cristo redentor. Ahora bien, insisto, Putin no es el enemigo de la civilización cristiana occidental: es más, don Vladimir es cristiano y occidental, lo que pasa es que es un poco bestia. 

Dicho de otra forma: Putin cree en algo; Biden, o Sánchez, no creen en nada, salvo en su propio interés, es decir, sólo creen en su propia supervivencia.  

Insisto: Putin cree en algo aun cuando falle al pretender imponer ese algo por la fuerza, sin ir más lejos, cuando desprecia la vida humana. Aun cuando cometa la aberración de considerar al hombre como una pieza de un engranaje y, por tanto, un elemento prescindible. 

El problema de Occidente no es Putin sino Biden. No importa que Biden desprecie a Sánchez ni que Biden se confiese católico y Sánchez ateo: ambos están cortados bajo el mismo patrón, consistente en no arriesgar jamás y en la incoherencia entendida como una de las bellas artes. Es más, el coherente, para ambos, es un fanático. En el caso de Ucrania los que arriesgan su vida son los ucranianos. Nosotros nos solidarizamos con ellos y les ponemos en las manos las armas con las que ellos se juegan la vida. Los ucranianos se han convertido en los escudos humanos de Occidente contra el ejército ruso.

Enfrente, los soldados rusos, resignados a perder la vida en un belicismo salvaje, mientras los europeos y estadounidenses no estamos dispuestos a arriesgar ni la vida ni la cartera... y dejan que sean los ucranianos los que pierdan vida y fortuna para proclamarse vencedores del pérfido Putin.

La memez sanchista -una más- de insistir en lo de la "Guerra de Putin" no explica lo que está ocurriendo.

Lo cierto es que, en 1989, cuando cae el muro, derrumbado por un tal Karol Wojtyla, Washington y Bruselas debieron ganarse a Rusia para Occidente, en seguimiento de la hoja de ruta marcada por la Virgen María en Fátima. Debieron ensanchar la frontera de la civilización cristiana occidental hasta Vladivostok.

Dicho de otra forma, el peligro para Occidente no es Putin, es Biden. Por recurrir a lo más evidente: un católico que presume de ello y luego exporta el aborto y la ideología de género, aún más graves que el comunismo, por todo Occidente. Biden es algo peor que un tipo sin principios, es un tipejo que vive en la macedonia de los principios contradictorios y se aprovecha de sus flagrantes contradicciones para presentarse como un progresista. O sea, es un tipejo capaz de cualquier cosa.

El actual presidente norteamericano es ese hombre del siglo XXI, representado en aquella vieja charleta escolástica:

-Dios no puede ser omnipotente porque no puede crear una piedra que Él mismo no pueda levantar.

La respuesta es:

-Una piedra que su mismo Creador no pueda levantar no es un imposible, es una contradicción, es decir, no es nada, es la nada.

Traducido a la actual guerra de Ucrania:  

Occidente vuelve a equivocarse, al oponer la nada a una idea, la de Putin, un personaje a quien hay que ganarse para Occidente antes de que recurra a una guerra global. 

Hay que pararle los pies, ciertamente, porque es un salvaje, pero al que hay que respetar por dos cosas: cree en algo y es consciente con ese algo.  

Hay que pactar con Putin. El líder ruso parece lanzar un sonda, apenas perceptible, al Vaticano para que ejerza como mediador. Sin duda una buena noticia: cuanto antes terminemos con una guerra cruel, mejor, pero mucho me temo que la otra parte, 'Yayoyou' Biden, quiere vencer a Putin y así se lo exige una parte de su parroquia, los progres que controlan Occidente y que necesitaban un enemigo convertido en la esencia del mal. Y eso sería un error, no hay que derrotar a Putin en una mesa de negociaciones. En tal caso, hay que derrotarle en el campo de batalla, y Occidente no ha enviado un solo soldado a Ucrania. En una mesa de negociación con Mocú no se impide mantener ni la actitud de Roosevelt con De Gaulle ni la actitud de los Francia e Inglaterra en Versalles: no hay que humillar a Putin o propiciar su caída en una rebelión interna (¿acaso no sabemos cómo acaban las rebeliones internas en Rusia? En magnicidios sustituidos por algo peor), sino ganarse a Putin para Occidente, porque Putin es Occidente.  

El enemigo no es Moscú, es Pekín y cada vez más, Delhi. Y el problema no es Putin; el problema es Biden.