El mismo día en el que Narendra Modi, primer ministro del país más poblado del mundo, la India, era recibido con todos los honores en la Casa Blanca, el Gobierno indio, que lucha por convertirse en el principal perseguidor de los cristianos en el mundo (ya va por delante del mundo islámico pero aún le supera la tiranía comunista china), detenía a un obispo y una monja, luego puestos en libertad bajo fianza, acusados -atención- de catequizar a unos niños indios. Fíjense: seguramente todavía hay antiguos convencidos de que los curas, obispos y monjas se dedican a eso: a evangelizar.

India es el panteísmo y el panteísmo, como filosofía, es lo más opuesto al cristianismo, además de una teología inhumana y sangrienta. Lo del pacifismo indio es un camelo que estalla cada 50 años, en los que explota y empiezan a matar con una crueldad que son incapaces de repetir ni los musulmanes.  

Ocurre cuando, como ahora mismo, llega al poder el panteísmo nacionalista hindú. Ese es Narendra Modi, uno de nuestros peores ciudadanos.

Pero Joe Biden y su equipo son incapaces de darse cuenta de ello. Veamos: Rusia es Occidente, como Brasil, pero al primero Occidente le sigue viendo como el mundo de Stalin, mientras Brasil está controlado por un resentido peligroso, llamado Lula da Silva. Es curioso que Biden, para quien Putin es el peor del mundo, reciba con alegría a Modi o a Lula, dos de los personajes que han apoyado a Putin en la guerra de Crimea. 

Porque Occidente puede permitirse un presidente de Estados Unidos golfo, pero no uno idiota. Eso sí que es peligroso.