Se ha hablado de la ira de Hiroshima y del perdón de Nagasaki. ¿Por qué? Pues porque la reacción en Hiroshima frente a la salvaje bomba atómica de Harry Truman fue de ira -no me extraña-, mientras que la reacción de Nagasaki tendió más al perdón. 

¿Dónde radicó la diferencia entre una y otra ciudad? Pues muy sencillo: Nagasaki era la capital católica de Japón, con el mayor número de cristianos por habitante de todo el imperio del Sol Naciente, en 1945. 

Habrá que repetir, como San Juan Pablo II, que no hay paz sin justicia y que no hay justicia sin perdón. Y naturalmente el perdón es para quien lo pide: es decir, que tampoco hay perdón del ofendido sin arrepentimiento del ofensor.

Harry Truman, el malnacido ocupante de la Casa Blanca que ordenó lanzar dos bombas atómicas, una sobre cada ciudad japonesa, era un tipejo repugnante, anticlerical furibundo, que se encargaba de enviar notas insultantes al Papa de Roma (entonces Pío XII), sabedor de que éste nunca respondería en el mismo tono.

Es repugnante que Truman lanzara las primeras bombas atómicas. Es igualmente repugnante su justificación sobre los hechos, la misma línea que hoy seguiría Pedro Sánchez: dime de qué presumes y te diré de qué adoleces. 

Así, Truman en su justificación por el lanzamiento letal sobre las dos ciudades japonesas, asegura que evitaron la muerte de muchos soldados estadounidenses. De entrada, eso es muy difícil de demostrar. Pero, en cualquier caso, resulta que la vida de los civiles japoneses debía tener menos importancia para Harry que la de los militares norteamericanos. 

El cinismo, la hipocresía miserable del personaje, consiste en justificar su bestialidad con motivos humanitarios y echando la culpa sobre los japoneses, que no se rendían.

A todo esto, ¿existe hoy el peligro de una guerra nuclear? Sí. Y como ya hemos dicho en Hispanidad en alguna ocasión, Vladimir Putin es cruel pero no un idiota. El ruso tiene previsto un nuevo tipo de guerra atómica: la llamada guerra nuclear táctica. Es decir, pequeños pero rapidísimos e ilocalizables misiles con cabeza atómica que diezmarían, en unos segundos, todo un ejército enemigo. Un tipo de armas con las que Rusia sí podría invadir toda Europa, hasta Gibraltar, siguiendo el viejo sueño de León Trotski.

A pequeños misiles atómicos se puede responder con un súper misil atómico que no solo destruye ejércitos enemigos sino también civiles y, de propina, a toda la humanidad. Esta es la cuestión.