
Contábamos la semana pasada en Hispanidad la elección de Zohran Mamdani como candidato demócrata a la alcaldía de Nueva York, quien se define como musulmán y socialista, que ha calificado como genocida al Estado de Israel y que ha pedido que se grave con más impuestos a los barrios de raza blanca de la gran manzana. La irrupción de Mamdani es la consecuencia del viaje hacia la izquierda radical que hace ya años emprendió la formación demócrata.
Extremistas como el senador por Vermont y candidato en las primarias presidenciales demócratas de 2016 y 2020 Bernie Sanders, o las congresistas que integran el denominado Squad, a saber, Alexandria Ocasio Cortez, Ayanna Pressley y las también musulmanas Rashida Tlaib e Ilhan Omar, las dos últimas negacionistas del genocidio armenio y que no condenaron los salvajes ataques terroristas de Hamas del 7 de octubre de 2023 que dieron lugar al actual conflicto entre Israel y el grupo fanático islámico Hamas, llevan la voz cantante de la formación progresista.
Ese viraje hacia al extremismo se refleja en las propias bases de la formación, cada vez más sectarias, dado que un 50% apuesta por un giro aún más progresista por apenas un 18% que considera que el partido debe volver a la moderación. Algo que probablemente guste a los estrategas republicanos, dado que con esa consolidación del radicalismo de izquierda que propugnan Mamdani, Sanders u Ocasio Cortez, cada día los demócratas se alejan más del americano medio.
Lo cierto es que desde la elección de Barack Obama como presidente, los demócratas han sufrido una evidente falta de banquillo, debido el liderazgo absoluto que ejerció el presidente afroamericano en el seno del partido, que nunca se molestó en preparar su sucesión. Hasta el punto que, a la hora de elegir candidatos en las sucesivas elecciones presidenciales, no apareció ninguna voz novedosa sino que limitaron a bendecir como candidatos a líderes que formaron parte de tal Administración como Hillary Clinton en 2016 o Joe Biden en 2020, de avanzada edad y que llevaban décadas en la política.
El riesgo de esa falta absoluta de banquillo se materializó en 2024, cuando ante el aparente deterioro cognitivo de Biden, sus propios compañeros de filas le apartaron de la candidatura presidencial que había obtenido en las primarias, y tuvieron que elegir de inmediato a un candidato de urgencia, y ante la falta de opciones, optaron por la vicepresidenta Kamala Harris, que nunca había destacado precisamente por unos grandes datos de popularidad. Y la historia por todos es conocida, Donald Trump obtuvo una victoria apabullante e histórica, al convertirse en el primer presidente en servir en dos mandatos no consecutivos, una hazaña que únicamente había logrado Grover Cleveland… 132 años antes.
En gran medida, ese declive progresista se debe al cambio en los pilares demógraficos que cimentaron las victorias de Barack Obama. Obama apostó por el apoyo masivo de los jóvenes de 18 a 30 años y las minorías raciales para alcanzar la Casa Blanca. Una estrategia que hace casi dos décadas funcionó pero que ahora no han podido replicar. En este tiempo, no ha cambiado en gran medida los criterios de voto de los blancos que siguen apostando mayoritariamente por los republicanos y de los afroamericanos que siguen siendo el principal granero de votos demócrata. Sin embargo, los más jóvenes y los hispanos sí han dejado de apoyar masivamente a los progresistas. Es especialmente relevante el caso de los hispanos, que suponen casi el 20% de la población de la primera potencia mundial y son el grupo demográfico que más crece. Y en las últimas presidenciales, Trump obtuvo el 46% del voto, el porcentaje más alto en la historia obtenido por los republicanos en este segmento de población. Y algo parecido ocurrió entre los más jóvenes de 18 a 30, donde Trump alcanzó el 43%, el porcentaje más alto en dos décadas para un republicano.
Y esto se materializa en las propias campañas electorales, si bien antes todos los candidatos demócratas perseguían el apoyo de Obama en las contiendas tanto a nivel nacional como estatal, ahora la figura del expresidente no tiene el mismo pedigrí. Recuerden que, ante la falta de tirón de Kamala Harris, pese a que la progresía mediática emprendió la mayor campaña de lavado de imagen de un candidato en la historia reciente, Obama tomó las riendas del partido, multiplicando su presencia en múltiples eventos y mítines y el resultado fue un sonoro fracaso.
El exceso de obamismo que en otros tiempos resultó positivo para los progresistas ya no tiene el mismo efecto. Algunoa analistas consideran que si bien Obama gozaba de gran popularidad dentro de las filas demócratas, sus datos a nivel nacional nunca fueron especialmente buenos. Y, en gran medida, su éxito estuvo marcado por el declive que sufrieron los republicanos, tras la desastrosa presidencia de George W. Bush, uno de los peores presidentes en la historia del partido de Lincoln, que supuso unos años en el desierto para los conservadores, que sin rumbo ni liderazgo, probaron suerte con candidatos pésimos como el difunto senador por Arizona John McCain en 2008 o el exsenador por Utah y exgobernador de Massachusetts Mitt Romney en 2012, que fueron aplastados en las urnas. Todo cambió sin embargo con la entrada en política del actual presidente de Estados Unidos Donald Trump.
Por el contrario, el Partido Republicano, se encuentra en el escenario opuesto, muchos líderes jóvenes han crecido al calor del trumpismo, de tal forma que cuando Donald Trump culmine su segundo y ultimo mandato dada la limitación presidencial de mandatos estadounidense, el plantel de candidatos de primer nivel con los que cuentan los conservadores es amplio, desde el vicepresidente JD Vance, el secretario de Estado Marco Rubio, el gobernador de Florida Ron DeSantis, entre otros primeros espadas.