Lula no es un comunista ni un indigenista, me asegura alborozado un importante empresario brasileño, más que entusiasmado con el triunfo del renacido. Además, me enfatiza que su segundo, el vicepresidente Geraldo Alckmin, es todo un liberal junto al excomunista presidente y que tomará el mando de la economía brasileña.

Sí, Lula fue comunista y, nominalmente, lo sigue siendo su formación, el Partido de los trabajadores, que no era otra cosa que el tradicional socialismo brasileño. Pero los tiempos han cambiado y ahora los rojos se han vuelto progres y ya saben qué cosa es el progresismo: abajo los curas y arriba las faldas. Eso de la justicia social ha quedado para los viejos socialistas, casi todos muertos.

Ahora bien, Lula sí es progresista, aunque cada día menos socialista, y, encima, se nos está volviendo indigenista. No tanto como el otro gran hombre de Iberoamérica, Andrés Manuel López Obrador, que disputa a Joe Biden la carrera por la senilidad, pero también está en el nuevo marxismo indigenista, tan cristianófobo como hispanófobo:

Nació David para Rey

para sabio Salomón, 

para soldado Laserna

Pezuela para ladrón.

Por cierto, Pezuela no fue ningún ladrón, ni fue derrotado por San Martín, salvo en batallas parciales. Pezuela fue derrocado por guerra civil, como siempre en España, no por guerra contra el enemigo indepe sino por divisiones internas en España y en el Ejército español destacado en Hispanoamérica. Fueron los progres españoles del momento -entonces se llamaban liberales- quienes acabaron con él y el gobierno de Madrid, como si fuera un Felipe VI o un Sánchez, quien aceptó el golpe de Estado contra su propio Virrey. 

Pero dejemos eso. El caso es que, en Iberoamérica, al Nuevo Orden Mundial, que es más progre que rojo, sólo le quedaba por conquistar Brasil. Bueno, también le queda Ecuador y por eso la izquierda iberoamericana, secundada por el senil Joe Biden, le está haciendo la vida imposible a Guillermo Lasso, y no duda en apoyar el crimen organizado y al narcotráfico ecuatoriano para derrumbar al gobierno elegido democráticamente. 

Y lo peor: con el demagogo Lula da Silva, ya más progre que rojo, ciertamente, vuelve el indigenismo majadero y la falaz leyenda negra anti-española. 

Y esto no resulta agradable, porque en el siglo XXI los rojos se han vuelto progres y el progresismo se ha quedado en lo dicho: abajo los curas y arriba las faldas. Eso de la justicia social ha quedado para los viejos socialistas, casi todos muertos.