Ucrania, Moldavia, Albania, Bosnia, Macedonia del Norte, Montenegro y Serbia. Son los siete países que aspiran a entrar en la Unión Europea y el presidente del Consejo Europa -sí, tiene un presidente-, Charles Michel, ha dicho que debemos prepararnos para su ingreso en 2030. Largo lo fía pero, sobre todo, Michel está escenificando esa huida hacia delante que constituye la esencia actual de una Europa que ha perdido sus esencias cristianas y camina hacia no se sabe dónde en busca de unos valores. Como carece de ellos, sus dirigentes no hacen otra cosa que hablar de ‘valores europeos’, pero nadie sabe lo que son y casi mejor que no lo sepamos.

Encima, la ampliación tiene trampa. Michel habla del año 2030, es decir, cuando se supone -esperemos que no- la maldita Agenda se haya encarnado en el continente, con la consagración del aborto, la profanación como preludio de la persecución a los cristianos, al tiempo que una economía verde que nos va arruinar a todos.

Los nuevos países tendrán que aceptar la Agenda 2030 ya instalada si quieren entrar en una Europa cada día más vacía y cada día más empobrecida.

Y es que Michel, como Von Der Leyen, o Macron, o Sánchez, no están dispuestos a que los nuevos países se comporten de forma parecida a Polonia y Hungría, que han abrazado el cristianismo y por tanto, han entrado en liza con Bruselas. Polacos y húngaros tienen gobiernos, hoy minoría en Europa, que creen en algo y que aún distinguen entre el bien y el mal... lo que no implica que siempre elijan el bien. Tanto Varsovia como Budapest saben bien lo que es el comunismo porque lo han sufrido. Y los siete aspirantes, también son excomunistas. A esos les cuesta algo más que les engañen los eurócratas bruselinos... pero recuerden que es Bruselas quien, por el momento, tiene el dinero.

Por tanto, antes de que se apruebe su entrada, han de pasar el examen de idoneidad, que en Bruselas consiste en abjurar de tus convicciones. Para ser exactos de cualquier tipo de convicción.

Porque ellos sí saben lo que es el comunismo.