No exageremos. La política española se ha convertido en un festival de aliteraciones y de hipérboles, una verdadero tinglado de la antigua farsa (en teatro tiene gracia, en el BOE menos) que ha convertido la cosa pública en un memorial donde se camina desde la solemnidad a la mentira.

Resulta que el Tribunal Constitucional decide paralizar la tramitación de una reforma legal con la que el Gobierno no pretendía otra cosa que hacerse con el control de dicho tribunal. Bueno decide paralizar la reforma tras decidir que sí era competente para paralizarla, porque en el juego de la mentira -esto no es más que una vulgar lucha de poder- las mentiras, de unos y de otros, cuanto más retorcidas, mejor.

En la reforma del TC, sedición y malversación, el sanchismo camina desde la solemnidad a la mentira, con rasgado de vestiduras incluido... mientras la derecha se pierde en su tibieza

De inmediato, los sociopodemitas acusan al Tribunal de ser una casa de casquería que pretende dar un golpe de Estodo, nada menos.

A Pedro Sánchez no va a haber que llamarle el mentiroso sino el exagerado, una exageración, eso sí, extraordinariamente solemne. Recuerden a Chesterton: el infierno se precipitó a los infiernos por la fuerza de la gravedad, de la solemnidad interesada.

Insisto: las consecuencias de que no haya pacto para la reforma del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) y del Tribunal Constitucional (TC) están resultando tan exageradas, tan adulteradas por Sánchez y sus ministros, así como por la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, que la tragedia empieza a convertirse en comedia.

Según los sanchistas, los del PP son golpistas porque se resisten a que Moncloa, muy democrática ella, controle el poder judicial. El PP asegura que eso es un golpe de Estado, cuando se trata de una, no menos grave pero sí menos exagerada, adulteración de las instituciones para copar todos los poderes y evitar toda crítica al líder, a un tal Pedro.

¡No tiene precedentes", braman los sanchistas: sí los tiene. ¡No ocurre en ningún país de Europa! aúlla la propaganda monclovita: ocurre en todos los países de Europa todo el tiempo y seguirá existiendo mientras el poder judicial, que no los jueces, no sea elegido por el pueblo.

Pero todo ello, trasmitido por TV con caras serias, dolidas y algo dolosas, da para rasgarse las vestiduras varias veces al día. Que no nos tomen por idiotas.

En el discurso nocturno, con ojeras iba la pobre, de Meritxell Batet ante las cámaras de TV de guardia, la presidenta del Congreso habló de hechos sin precedentes, de soberanía nacional transgredida, mientras aseguraba que ella sí respetaba al TC al que estaba insultando y sí acataba la norma... sin dejar de recordar que los miembros conservadores del TC, no así los progresistas, son, como diría mi maestro Campmany... un poquito cabrones.

Pero Meritxell, hija, si el recurso de amparo puede detener, a instancias de un solo diputado, un procedimiento legislativo lo que tienes que hacer es cambiar en el Parlamento, la normativa del recurso de amparo, que para eso te pagan.

Miren ustedes: mucho más grave que la pelea entre los magistrados nombrados por el PSOE y los nombrados por el PP es la mentira solemne con la que se nos están disfrazando una lucha a dentelladas por el poder. Algo tengo claro: Pedro Sánchez no saldrá de Moncloa por su propio pie.

Que todo esto no es para tanto, caramba.

La culpa de la situación no es del PP, que se comporta con su tibieza habitual y con su confusión de idea consuetudinaria, sino del sociopodemismo, ese neocomunismo que tiene muy claro que su objetivo es acabar con la civilización cristiana europea.

El golpista acusa de golpe de Estado a su opuesto... nada que no ocurra en política desde que se inventó: consiste en negarle al adversario toda rectitud de intención. A partir de ahí, por mucho diálogo que se predique, no hay posibilidad de acuerdo

Además, la ley de familia, la ley del aborto, la de la transexualidad, la ley animalista... son mucho más graves que la reforma de los órganos judiciales. Aquéllas son leyes antropológicas, y la antropología es mucho más importante que la política pero en la antropología no se juega el poder: en las instituciones sí. Por eso, la reforma del poder judicial -que no de la judicatura- preocupa más al gobierno, que pretende mantener el poder y a la oposición que pretende recuperarlo.

Por cierto, en el caso del PP hay que preguntarse: recuperar el poder, ¿para qué?