Los discursos del nuevo líder del Partido Popular, el progresista de derechas Alberto Núñez Feijóo, me resultan de lo más socialistas. No se me asusten, ahora me explico. Mientras Pedro Sánchez aboga por un gran Estado del Bienestar, Feijóo apuesta por el bienestar del mercado privado que no es lo mismo que apostar por la propiedad privada. No, no es lo mismo, escuchen a Chesterton: un carterista puede ser un gran partidario del mercado privado y de la empresa privada pero no se le podrá considerar jamás un defensor de la propiedad privada. 

Ni el uno ni el otro, ni el socialista Sánchez ni el capitalista Feijóo, se aproximan a la noción cristiana del 'bien común'. Sin ir más lejos, Sánchez es socialista; Feijóo, capitalista; pero ambos adoran lo grande y repudian lo pequeño: gobiernos gigantescos que se desvelan por los pobres o multinacionales de rostro feminista y sostenible pero, sobre todo, ambos defienden la vida urbana, macrourbes donde el ciudadano se convierte en siervo de una pléyade de normas de imposible cumplimiento, donde las clases medias siempre están incurriendo en faltas y delitos, en la calle y en su casa, sometidas a eterna vigilancia, mientras el delincuente se nos ha convertido en 'vulnerable' y, como tal, recibe ayudas públicas con los impuestos que pagan sus víctimas y campa a sus anchas. Megaurbes donde, en suma, la pobreza es un mérito y la pequeña propiedad privada un delito.

Comunismo y capitalismo tienen el mismo enemigo: el pequeño propietario

Sánchez cree en una gran multinacional llamada Estado en la que ejercer el máximo poder con el dinero de los demás, con el dinero público. Hace realidad la frase más temida por todo hombre libre: "Hola, soy del Gobierno y he venido para ayudarle". Feijóo quiere bajar impuestos, no para beneficiar al pequeño propietario sino para beneficiar a la gran empresa, olvidando que la libertad del mercado importa una higa: lo que importa es la libertad de la persona. 

No olviden que el Estado es la empresa más grande que existe y que, como todo lo grande, sea público o privado, resulta absolutamente ingobernable, ineficiente y con tendencia a la tiranía.

En paralelo, Feijóo cree en el libre mercado, que acaba pasando del monopolio estatal al oligopolio privado, de la monarquía absoluta a la aristocracia económica, conocida como plutocracia. Sánchez quiere un gran Estado y Feijóo un gran mercado: ambos conducen al comunismo. 

Decía Chesterton, de nuevo acudo al maestro del distributismo, que "un banco es mucho más impersonal que un soviet". En efecto, tanto en uno como en otro la persona no pinta nada, es un número.

El siglo XXI está marcado por las megaurbes. En ellas, la pobreza es un mérito y la pequeña propiedad privada un delito

Y lo que es más grave; el socialismo de ¨Sanchez y el capitalismo de Feijóo coinciden en las megaurbes, el elemento más identitario de la vida en el siglo XXI. Una ciudad moderna -por grande, ingobernable- haría las delicias de Lenin. Las megaurbes, en cuyos suburbios, y ahora en su mismo centro, se hacina la miseria más severa, harían las delicias de Lenin, quien, por cierto, perpetró su revolución soviética en las ciudades rusas, no en el campo, donde tuvo que imponer el comunismo a sangre y fuego. 

Y es que el campo ruso, como todos los agros del mundo, desde el magnífico medievo cristiano, estaba regido por la pequeña propiedad del pequeño granjero, inventor de la economía doméstica, donde ambos, marido y mujer, trabajaban en casa, dispuestos a defender su propiedad... que contribuía en buena medida a ser hombres y mujeres libres, regidos por la autoridad y enfrentados al poder.

Por contra, el nuevo burgués de la gran ciudad sale a la calle cada día pendiente de no tropezar en alguna de las normas, de la pléyade de sanciones e ilegalidades por las que puede ser sometido a sanción. 

Los urbanitas de las grandes urbes viven bajo permanente peligro de multa o sanción penal. 

Lo más parecido a un soviet es una multinacional: ambos son impersonales

En definitiva: el comunismo tiene el mismo enemigo que el capitalismo: el pequeño propietario; el profesional, el pequeño comerciante, el microempresario, el autónomo, el taxista (al menos antes), muchos de ellos, además, cuentapropistas, que se han creado su propio empleo y su propia máquina de facturar. Encima, los mejores elementos, los más trabajadores, los más esforzados y los más productivos de toda la sociedad.

Frente a ellos, se sitúa tanto el PSOE como el PP, lo mismo que Sánchez, que quiere una sola multinacional, el Estado, para dirigirla sin arriesgar otra cosa que el dinero de los demás, o el capitalismo socialdemócrata -sí, capitalismo y socialdemocracia se ajustan como los dedos al guante- del Partido Popular.

El siglo XXI es el siglo de las megaurbes en la que la pobreza es un mérito y la pequeña propiedad privada un delito... y donde el delincuente campa a sus anchas

Y, por supuesto, tanto el PSOE como el Partido Popular son extraordinariamente progresistas. Es decir, cristófobos y cristianófobos. Recuerden que el progresismo no es otra cosa que el "abajo los curas y arribas las faldas". Pues eso.