Por una vez, y espero sirva de precedente, la inane Cuca Gamarra, presunta número dos de Núñez Feijóo, la mujer que se sentaría sobre un cubo de hielo si así se lo reclamaran sus superiores, ha dicho algo interesante: el Gobierno, en concreto la ministra portavoz, Isabel Rodríguez, llamó golpista a José María Aznar, el mismo político que sufrió un atentado de la banda terrorista ETA, hoy representada por Bildu, aliado de Isabel Rodríguez y de Pedro Sánchez.

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Una exageración del Sanchismo, siempre amante del melodrama, porque Aznar no ha hecho ningún llamamiento a ningún golpe de Estado ni lanzamiento militar, sino a que la sociedad española reaccione, por supuesto, con el mismo grito -¡Basta ya!- con el que reaccionó al asesinato de Miguel Ángel Blanco... ¡a manos de ETA!

Y todo este drama trágico del rasgado de vestiduras y de las exageraciones interesadas, se resume en una realidad muy simple: Sánchez no se va de Moncloa, hay que echarle.

La prueba del nueve es que si su única obsesión no fuera la permanencia en el poder, no buscaría una alianza antinatural y harto complicada, consistente en gobernar España gracias a todos aquellos que odian a España y ni se recatan en afirmarlo. ¿Cómo es posible que Sánchez no busque la solución natural, que consiste en aliarse con el PP, la otra fuerza presuntamente moderada, para expulsar del proscenio de la política española a todos los presuntamente radicales, llámense Vox, Sumar, ERC, Junts, Bildu, etc?

El PP (137) y el PSOE (121) suman 258 diputados, es decir el 74% de la cámara, o sea tres cuartas partes, con lo que puede aprobarse cualquier ley o incluso modificar la Constitución para hacer una España más centralista.

La respuesta a esa pregunta es simple: porque el ganador de las elecciones del 23-J no fue Sanchez sino Feijóo, y, por tanto, una alianza de gobierno PP-PSOE supondría que Sánchez dejaría de ser presidente del Gobierno y Feijóo entraría en La Moncloa. Sencillamente. 

Pedro Sánchez no se va: hay que echarle.