
José Luis Ábalos se ha negado a declarar este miércoles ante el juez del Supremo, Leopoldo Puente. Estaba en su derecho de hacerlo y lo ha ejercido. El ex número dos del PSOE podría haber ido a la cárcel, como está su camarada Santos Cerdán, pero se ha librado por los pelos. El magistrado considera que el último informe de la UCO aporta más indicios de criminalidad, pero no son suficientemente intensos como para enviarle a Soto del Real de manera provisional.
El juez, eso sí, mantiene las medidas cautelares: retirada del pasaporte, prohibición para salir de España y comparecer cada 15 días en el juzgado. Eso no es nada para José Luis, que llegó 50 minutos antes de la citación con el miedo en el cuerpo. Puede seguir siendo diputado y cobrar por ello.
A estas alturas de la película llaman la atención dos cosas. La primera, la suavidad con la que Pedro Sánchez habló sobre Ábalos, el martes, en la entrevista con Àngels Barceló, en la SER. La segunda, el ya comentado silencio del exministro, este miércoles, es decir, su decisión de no tirar de la manta.
Sánchez reconoce que “en alguna ocasión” ha cobrado dinero en efectivo del PSOE: “Lo importante es que sea legal”
— Wall Street Wolverine (@wallstwolverine) October 14, 2025
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Esto, unido a las reiteradas declaraciones de miembros del Gobierno, incluido el presidente, mintiendo descaradamente sobre lo que dicen o no dicen los informes de la UCO y descalificando sin pudor a los magistrados, nos lleva a preguntarnos si el sanchismo no estará dando los pasos finales hacia la tiranía. ¿Qué pretende Moncloa negando la realidad de esa manera?
El caso es que la Justicia es la última barrera de contención y está claro que el Gobierno está haciendo justo lo contrario de lo que debería hacer: colaborar con la justicia. Sánchez ‘defiende’ a Ábalos mientras este guarda silencio ante el Supremo. Muchos pensarán que lo que buscan es alargar la agonía y es cierto, pero en esa agonía puede estar, precisamente, el éxito del plan para instaurar el sanchismo.
¿Las urnas? Una vez desactivado el poder judicial, controlado el legislativo y con unos medios de comunicación a su servicio, las urnas pasan a ser un juego de niños para el tirano. Basta con mirar a Venezuela. Los neocomunistas ya no buscan la revolución, sino las urnas.










