El 27 de diciembre es la fiesta de Juan Evangelista, no confundir con Juan el Bautista. El autor del Evangelio que lleva su nombre y de el Apocalipsis comienza su evangelio con el monólogo sobre el que, probablemente, más haya reflexionando la humanidad: "En el principio era el Verbo...", así como su no menos conocido "Dios es amor". 

Debía resultar hasta pesado con esto del amor, porque un día cierto discípulo, cansado de que les recomendara una y otra vez que se amaran los unos a los otros, le espetó: "¿Por que siempre repite lo mismo?" a lo que Juan respondió: "Porque con eso basta". 

Era el mismo discípulo que, junto a su hermano Santiago, pidió permiso al Maestro para enviar fuego que destruyera a unos impíos que se habían negado a recibirles. Se las gastaba así. Y fue Juan, finalmente, el único discípulo que, con dos bemoles, se plantó al pie de la cruz y no huyó cuando todos los demás le abandonaron.

Es decir, que era un tipo valiente como pocos y que, naturalmente, sabía lo que era el amor y que seguramente inspiró a San Agustín, otro 'lanzao', aquello del 'Ama y haz lo que quieras'. 

Y viene todo esto a cuenta de la felicitación navideña de un movimiento panteísta islámico -sí también existe un panteísmo musulmán, recuerden a Averroes- de nombre Ahmadía que, como todo panteísmo, siempre resulta un tanto hortera. 

Su lema, y lema de su felicitación de Año Nuevo, es "amor para todos, odio para nadie". No recuerdo algo tan cursi. Porque el amor es cosa seria. El odio también, claro, aunque el término se esta volviendo un tanto melodramático. Sobre todo desde que se inventaron los delitos de odio, un venenoso cinismo donde los odiadores son los que acusan y los odiados los condenados por odio hasta a cuatro años de cárcel. 

Encomendémonos al maestro del Amor y cuidémonos, no sólo del odio, sino también de los que pueden juzgarnos por delito de odio.  

Cuidado con los que hablan de amor y luego te condenan a pena de cárcel por delito de odio. Son los mismos que llevarían el amor al código penal.