La iglesia no es ni jerarquía ni piedras: somos los creyentes. Todos y cada uno.
Nueve años de Papado de Francisco: no se trata de enjuiciar al hombre, Jorge Bergoglio, entre otras cosas porque no soy quién. Pero sí se puede, y se debe, analizar este periodo (2013-2022) para la Iglesia.
Y no se puede concluir que las cosas vayan bien. El proceso de ateísmo práctico se mantiene, incluso se acelera, en la dirección iniciada a inicios de siglo: hemos pasado de la era del relativismo a la era de la blasfemia contra el Espíritu.
En el siglo XIX dijimos que nada era verdad ni mentira, que todo depende del color del cristal con que se mira. En el XXI hemos dado un paso más: llamamos bien al mal y mal al bien. El ejemplo más nítido: el de siempre: al asesinato del ser humano más inocente y más indefenso, el concebido y no nacido.
En definitiva, estos 9 años de Francisco han ahondado en esa terrible frase del Evangelio: "cuando vuelva el hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?".
Ahora bien, que las cosas hayan ido mal, o sea, perdón, durante el Papado de Francisco no significa que Francisco sea el culpable. La Iglesia no es un gobierno. Si la Iglesia va mal es porque nosotros lo hacemos mal. La iglesia no es ni jerarquía ni piedras: somos los creyentes. Todos y cada uno.