Cualquier otro país hubiera levantado monumentos, difundido sagas heroicas y filmado películas. Sin embargo, la belleza ética de la batalla de Lepanto, en la que España derrotó al musulmán y salvó a Occidente del yugo otomano, que amenazaba a la mismísima Roma, en lo que Cervantes llamaría “la más memorable y alta ocasión que vieron los siglos, ni esperan ver los venideros”… tuvo que cantarla un inglés: Gilbert Chesterton.

En Lepanto, España detuvo al turco, un imperio esclavista que dominaba el Mediterráneo y que contaba aliados en el mundo cristiano. En Europa, por ejemplo, Francisco I Rey de Francia, cedía la Base de Tolón a los turcos, a los que también apoyaban los holandeses, deseosos de que los mahometanos invadieran España.

Los pueblos no se unen por ‘concordia’, se unen por un ideal común por el que merezca dar la vida… y de esa unión surge la concordia

Mientras, en Roma, el Papa Pío V, mentor de la aceptación rezaba el Rosario por la Victoria. Por eso, el 7 de octubre, aniversario de la batalla de Lepanto, es la festividad de Nuestra Señora del Rosario. En las naves cristianas de Juan de Austria, la jornada había comenzado con la celebración de la Eucaristía.

En el golfo griego de Lepanto, al vencer la cruz de Cristo venció también la libertad, el islam se dedicaba a la esclavitud, venció la libertad de la mujer y venció la ciencia empírica, porque la ciencia islámica, con todo respeto, no parece que haya avanzado mucho desde hace 1.000 años. Pero sobre todo venció la Iglesia y con ella venció la libertad de los hijos de Dios. Si España y sus aliados hubieran perdido la batalla de Lepanto posiblemente ahora nuestra mujeres vestirían burka o algo similar. 

Pedro Sánchez no piensa celebrar Lepanto: ¡qué extraño!

Incomprensiblemente, Pedro Sánchez no piensa celebrar Lepanto: ¡qué extraño!

Y debería, porque los pueblos no se unen por ‘concordia’, se unen por un ideal común por el que merezca la pena ofrecer la propia vida… y de esa unión surge la concordia, como algo natural. Los pueblos unidos no son aquellos en que unos se miran a los otros, de frente o de reojo, son aquellos en los que todos miran en la misma dirección. Como en Lepanto, donde españoles, genoveses y venecianos se unieron frente a un ideal común: Cristo.